Hace dos semanas, el Departamento Nacional de Estadística (Dane) publicó los resultados ajustados del Censo Nacional de Población y Vivienda 2018. Estos datos finales dibujan un mapa que permite conocer cuántos somos, cómo vivimos y dónde vivimos los más de 48 millones de colombianos.
Muchas reflexiones se desencadenan de esa distribución territorial, y actualizada, de habitantes y necesidades. Una de ellas compete a un fenómeno que ya no es nuevo, pero que las cifras censales ratifican: el crecimiento en número y población de las ciudades intermedias en Colombia.
Las grandes ciudades en el país se han identificado tradicionalmente como las urbes con más de un millón de habitantes. Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla integran esta categoría. El siguiente escalón lo ocupan aglomeraciones urbanas con una población de entre medio millón y un millón. En esta categoría, el Censo 2018 cuenta a Cartagena, Cúcuta y Bucaramanga con la entrada de capitales como Villavicencio y ciudades conurbadas como Bello, Soacha y Soledad.
No hay un solo tipo de ciudad intermedia en el país, y las distintas soluciones urbanas se deben ajustar a estas diferencias
Un tercer lugar corresponde a las ciudades en la mitad de la escala. Municipios que no son tan grandes como las metrópolis del país ni tan pequeñas como los típicos pueblos. En otras palabras, las ciudades intermedias.
Casi 60 localidades colombianas registran en el Censo 2018 una población entre 100.000 y medio millón de habitantes. Distribuidas por todo el territorio nacional, las ciudades en esta categoría reflejan una enorme heterogeneidad. Están, por ejemplo, 16 de las restantes capitales departamentales desde Santa Marta, en la frontera del medio millón, hasta Quibdó, con 129.000. También cruzan este umbral poblaciones que integran las áreas metropolitanas del país: el Valle del Aburrá, Pereira y Dosquebradas, Palmira, Yumbo, Jamundí, Malambo, Floridablanca, Girón y Piedecuesta.
Otro bloque de las ciudades intermedias lo constituyen polos subregionales de crecimiento y actividad económica como Cartago, en el norte del Valle; Yopal, en Casanare; Apartadó, en Urabá, y Maicao, en La Guajira.
Por último, están un puñado de municipios de la sabana de Bogotá que experimentan las dinámicas de ciudades dormitorio alrededor de la capital, como Chía, Mosquera y Madrid.
Detrás de estos diferentes tipos de ciudades intermedias se esconden desafíos urbanos igualmente distintos. Las soluciones, por ejemplo, en materia de movilidad o de desarrollo económico no son las mismas para Dosquebradas o Yumbo que para Ipiales, en la frontera con Ecuador, o Duitama, en Boyacá.
Igual reflexión aplica para las iniciativas de seguridad ciudadana, de hábitat, de ordenamiento territorial y de educación. Es evidente que un abanico homogéneo de políticas urbanas no podrá aplicarse indistintamente en estas 59 ciudades intermedias.
Partiendo de una minuciosa revisión de las capacidades tributarias y de catastro, los ministerios a cargo de atender las problemáticas urbanas deben concentrar esfuerzos en el diseño de políticas públicas específicas para este bloque de ciudades de tamaño mediano. Sus habitantes así lo necesitan.
EDITORIAL