La guerra, como resultado de la agresión militar de Rusia a Ucrania no solo está lejos de terminar sino que su desarrollo, cada vez más, copa la atención de Europa y el planeta. Y es que escuchar a Vladimir Putin amenazar al Viejo Continente con sus armas atómicas no es poca cosa. Esto, como respuesta a la idea deslizada por Emmanuel Macron en la cumbre Europa-Ucrania, que concluyó ayer, de que la Unión Europea envíe tropas para apoyar a Kiev. Una propuesta que pronto fue matizada por París y unánimemente rechazada por los demás países del continente.
Con todo, las palabras del líder francés sacudieron y aún resuenan. Y fueron cualquier cosa menos espontáneas. Tenían un claro propósito disuasivo. Y es que la realidad geopolítica ha cambiado y puede cambiar drásticamente con un posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
Y no solo es eso, el agotamiento de municiones preocupa a Ucrania y a quienes, como Francia, siguen siendo sus aliados. Además, los republicanos acaban de bloquear un paquete de ayuda en el Congreso estadounidense, lo que puede interpretarse como un adelanto de lo que vendrá. Más allá de la polémica citada, Europa ha aumentado su gasto militar, al tiempo que ha conseguido que la Otán incorpore a Finlandia y, muy pronto, a la históricamente neutral Suecia, temerosa de un vecino impredecible y con inquietantes rasgos expansionistas.
Por lo pronto, la confianza sigue puesta en la disuasión que el poderío militar de la Otán pueda ejercer sobre Moscú, escenario que parte de la base de que la guerra ha entrado en una fase de estancamiento que puede prolongarse por mucho tiempo. Lapso en el que le corresponde al mundo dejarle claro a Putin que su ánimo belicista no solo es moral y éticamente inisible, sino estratégicamente inviable. La diplomacia deberá exigirse a fondo contemplando incluso el desafiante e impredecible escenario que supondría un regreso de Trump a la Oficina Oval.
EDITORIAL