En tan solo tres semanas, el nuevo presidente de Estados Unidos ha amenazado a varios países con una guerra arancelaria, entre ellos Colombia, que fue el primero en recibir un ultimátum: o aceptaba sus condiciones para deportar nacionales que ingresaron violando las normas de ese país o sería castigado comercialmente. Los siguientes amenazados fueron China, México y Canadá, y se prevé que la lista crezca más.
Otro cambio de fondo está ocurriendo en el área de la ayuda internacional, piedra angular del ‘soft power’, o ‘poder blando’, de Washington. El recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental, liderado por el magnate y hombre de confianza de Trump, Elon Musk, congeló la cuasi totalidad de los fondos de Usaid, la agencia estadounidense para la cooperación internacional.
Cada una de esas iniciativas ha sido polémica, pero ninguna alcanza la controversia que produjo la idea, lanzada esta semana, de que Israel le transfiera a EE. UU. el control de la Franja de Gaza. La intención, según Trump, sería remover los escombros que dejaron los bombardeos para luego reconstruir Gaza y desarrollar allí un proyecto inmobiliario que describió como “la Riviera del Medio Oriente”. En cuanto a los dos millones de gazatíes, estos serían reubicados, aunque no se ofrecieron mayores detalles al respecto.
La propuesta no tiene asidero alguno en el derecho internacional y, además, irrespeta a la población de la zona, cuya existencia es un cúmulo de sufrimientos en este momento. Los gazatíes tardarán años en recuperarse de esta guerra, que produjo hambre, enfermedades, desplazamiento humano, colapso económico y, sobre todo, mucha muerte y devastación. Se estima que hay más de 47.000 víctimas mortales, la mayoría de ellas civiles, y que dos terceras partes de las edificaciones de la región están dañadas o destruidas.
Varios países, entre ellos Francia, Alemania, el Reino Unido y Arabia Saudita, manifestaron de inmediato su rechazo categórico a la iniciativa. Tanto así que la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, tuvo que recoger parcialmente las palabras de su jefe.
Si Washington realmente quiere hacer algo por el Medio Oriente, debería utilizar su poder de influencia para resucitar la solución de dos Estados
Hay quienes afirman que Trump expresa intenciones chocantes como esta no con el fin de llevarlas a cabo en realidad, sino como estrategia de negociación: que está, como se dice popularmente, ‘cañando’. Sea como sea, trátese de una propuesta seria o de una táctica negociadora, la idea no deja de ser una salida inaceptable, que parece rayar en la limpieza étnica y no debió siquiera ser planteada.
Si Washington realmente quiere hacer algo por el Medio Oriente, en cambio, debería utilizar su poder de influencia para resucitar la solución de dos Estados en la región. Esa fórmula, que es la salida más civilizada al conflicto palestino-israelí, fue una víctima más de la guerra en Gaza, cuya ferocidad pareció sepultar definitivamente la posibilidad de convivencia entre los dos pueblos.
Valga anotar, sin embargo, que, a modo de defensa de la peregrina sugerencia de Trump, la portavoz Leavitt celebró que el mandatario estuviera dispuesto a “pensar por fuera de la caja”. Si la imaginación del líder de EE. UU. le permite concebir una solución tan extravagante, le debería permitir asimismo pensar en un relanzamiento de la mucho más razonable solución de dos Estados. Han sufrido demasiado los palestinos como para que la reconstrucción de su espacio vital no se asuma con la mayor responsabilidad política. Esa es la posición que el mundo debería apoyar.
EDITORIAL