Ha sido una buena noticia desde el principio del Gobierno: la obsesión del presidente Petro por encontrar y repatriar las piezas precolombinas que ahora mismo están en colecciones privadas o en museos de diferentes países del planeta. El exitoso programa puesto en marcha por la Cancillería, el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icahn) y el Ministerio de Cultura ya ha logrado recuperar 625 piezas. Todo ha sido gracias a los rastreos de película de los investigadores de nuestras embajadas, gracias al diálogo generoso entre los poseedores y los diplomáticos del país y, ya que es sumamente costoso traer de vuelta aquellos símbolos que cuentan los orígenes de estas culturas, gracias a las bodegas del propio avión presidencial.
Según reportes gubernamentales, las 625 piezas mencionadas han viajado, en orden de aparición, desde Estados Unidos, Suiza, Francia, Países Bajos, Reino Unido, Italia, Costa Rica y Alemania. No es novedoso este loable esfuerzo. Se trata de un empeño del Estado colombiano de los últimos años: de acuerdo con reportes de la Cancillería, en las dos istraciones de Santos se recuperaron 1.375 piezas y durante el gobierno pasado aparecieron 18 más. Pero hay que reconocerle a la presidencia actual el hecho de que, en apenas un año, haya conseguido recobrar semejante cantidad de joyas, de moldes, de urnas, de instrumentos ancestrales: la mitad de lo que se consiguió en los doce años anteriores.
Es un ejercicio de memoria. Es un acto de reparación porque la idea es devolverles ciertos objetos –como las máscaras kogui Kágaba– a las comunidades que las crearon siglos atrás. Se han seguido cuidadosamente los protocolos para el regreso de las piezas. El reto es, ahora, preservar esas figuras, esas vasijas, esas copas, como lo han hecho los museos y los coleccionistas que las tenían. Todo indica que Colombia está preparada para hacerlo.
EDITORIAL