Acabar la guerra contra las drogas y que los países más ricos se comprometan de forma más decidida para salvar la selva amazónica fueron temas que marcaron la intervención ayer del presidente Petro ante la Asamblea de las Naciones Unidas.
El mandatario se mostró profundamente crítico con la manera como han abordado el asunto de las drogas los países más desarrollados. Enfatizó en que la fumigación de cultivos ilícitos ha causado graves daños ambientales, en particular a la selva amazónica, de que la guerra contra la coca ha provocado, según su discurso, la muerte de "un millón de latinoamericanos" y el encarcelamiento de "dos millones de afros" en América del Norte. Según su lectura, el actual modelo económico ha traído consigo una acumulación excesiva de capital en los países más poderosos, cuyo precio ha sido la destrucción de los ecosistemas en naciones como la nuestra y sociedades con profundas carencias afectivas que jalonan el consumo.
Es necesario que el mundo replantee su mirada hacia el problema de la producción, tráfico y consumo de drogas ilícitas, tal y como lo planteó Petro. El diagnóstico del mandatario tiene elementos muy ciertos en cuanto a qué motiva el consumo y respecto al desequilibrio en la balanza entre países productores y consumidores. Hay que rescatar su osadía al plantear de modo tan vehemente un cambio donde, en efecto, se necesita.
La propuesta de replantear la guerra contra las drogas implica la construcción de nuevas visiones conjuntas para enfrentar un enemigo global.
Dicho esto, hay que llamar la atención respecto a que cualquier giro no puede pasar por alto la importancia de la corresponsabilidad, lo que implica reconocer el valor del principio de la cooperación con otras naciones en la búsqueda de salidas conjuntas, más allá de las quejas y las recriminaciones, las cuales solo son efectivas si contribuyen a construir soluciones multilaterales contra un enemigo común. En esa misma línea, tampoco se debe minimizar la relevancia al durísimo reto de desmantelar las poderosísimas estructuras de crimen organizado que se han levantado en torno al tráfico ilegal de drogas y que hoy también se nutren de otras actividades igualmente ilícitas, algo que no estuvo presente en el discurso. Y aquí se puede calificar de desatinado su intento por equiparar la coca con el carbón y el petróleo, en tanto estos dos productos y su cadena de valor tienen en todos los países un marco legal.
En el otro frente, hay que destacar el sentido de urgencia de su llamado a actuar para salvar la selva amazónica, asunto en el que volvió sobre su propuesta de cambiar deuda externa por recursos para cuidar este pulmón del planeta. Con todo, las causas de la deforestación que tiene en serio riesgo a la Amazonia están lejos de limitarse al narcotráfico o a que el mundo haya optado por una economía basada en recursos no renovables como se intuye al escuchar las palabras del presidente ayer. En lo que sí hay consenso, y en eso el mandatario no se equivoca, es en la necesidad perentoria de convocar a todos los países para salvarla.
Los dos mensajes centrales del presidente tienen una incuestionable pertinencia para el planeta y la Asamblea de la ONU era el escenario propicio para enviarlos, aunque estos ya hayan sido planteados por otros líderes en este mismo escenario. El reto siempre será lograr consensos bajo la consideración de que el camino de una alianza global con nuevos parámetros implica el esfuerzo por construir visiones conjuntas por encima de los reclamos.
EDITORIAL