Cada Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer salen a flote cifras aterradoras para recordar que en esta tarea urgente e inaplazable es mucho lo que queda por hacer.
Es un avance que exista la fecha. Dos décadas atrás, esta realidad que ha estado presente por siglos en nuestra sociedad apenas si era mencionada. Hoy se puede contar como un logro la visibilización de este flagelo y todo lo que se ha hecho para que el enfoque de género en las políticas públicas y en el funcionamiento del Estado ayude a disminuir las dramáticas estadísticas. Al tiempo, se ha dado una transformación cultural que ha servido para prevenir. Pero el panorama que muestran las cifras no deja de ser desolador. Este año, según la Defensoría del Pueblo, se han reportado 1.310 casos de violencia contra mujeres. Se ha reportado la escalofriante cantidad de 660 feminicidios. Y se sabe que el subregistro es enorme. Por su parte, según el Instituto Nacional de Salud, en este lapso se han dado 106.000 casos de violencia de género. De ellos, el 76 % incluye a mujeres.
Queda claro que es mucho lo que falta. A lo que muestran los indicadores se debe sumar que siguen abundando los testimonios de mujeres objeto de diferentes violencias, que al armarse de coraje para denunciar no han encontrado respaldo. Por el contrario, han sido revictimizadas. La implementación enfoque de género en la atención de mujeres víctimas de violencia sexual ha mostrado importantes avances, pero todavía no llega a unos mínimos deseados.
Es hora de hablar más, por ejemplo, de la violencia vicaria y de la violencia obstétrica. Por solo poner dos ejemplos.
Uno de los mayores desafíos hoy es seguir desentrañando el flagelo. La violencia contra la mujer tiene una de sus expresiones más brutales y extendidas en las agresiones sexuales –las directas y las sutiles–, pero está presente de mil maneras en nuestro día a día. El machismo no se limita a los abusos en el ámbito de pareja. Siguen siendo muchas las desventajas de ellas en campos como el laboral o el del a la salud y a la educación. Aquí también hay violencia. Es hora de hablar más, por ejemplo, de la violencia vicaria –aquella que ocurre cuando los hijos e hijas de una relación son instrumentalizados para causar dolor a sus madres– y de la violencia obstétrica. Por solo poner dos ejemplos.
Estamos en mora de dejar de normalizar tendencias y expresiones culturales y estéticas en las que las mujeres y las niñas terminan reducidas a objetos. Lo ocurrido en días pasados con la canción +57 es un buen ejemplo de todo lo que sigue mal. También lo que continúa pasando con la explotación sexual en destinos turísticos. Y hay que desterrar el término "turismo sexual".
Ayer, precisamente, la iniciativa No Es Hora De Callar, que ha respaldado esta casa editorial, estrenó un revelador documental sobre este flagelo en Cartagena. Y cuánto aún falta en materia de integridad y coherencia por parte de los tomadores de decisiones. Son demasiados los casos recientes en los que la milimetría política ha primado sobre la necesidad de enviar mensajes ejemplarizantes a la hora de elegir personas para cargos cruciales con serios cuestionamientos e investigaciones a cuestas por haber, presuntamente, incurrido en violencias contra mujeres. Es urgente enviar el mensaje de que el compromiso con la causa es a toda prueba y en todos los escenarios.