El Dane publicó esta semana el Índice de Precios al Consumidor (IPC) en Colombia para el mes de diciembre y el total anual. Los resultados ratificaron la tendencia alcista del costo de vida que ha venido caracterizando la reactivación de la economía. La inflación en el último mes del año marcó un 0,73 por ciento, mientras que la variación anual alcanzó el 5,62 por ciento, la más alta desde 2016.
La subida de los precios está jalonada por la división de alimentos y bebidas no alcohólicas con una contribución anual de 2,73 puntos porcentuales, seguida de alojamientos y servicios públicos con 1,22 puntos y restaurantes y hoteles. Es decir, más de la mitad de la disparada de la inflación corresponde a la comida y productos básicos como carne, huevos, leche, papas, pollo y aceites. Lo anterior implica que los hogares pobres son los más golpeados. Mientras que para las familias ricas el IPC anual fue de 4,39 por ciento, los más humildes registraron una inflación de 6,85 por ciento.
Colombia no es el único país cuyo repunte económico viene acompañado de alzas en los precios. De hecho, solo naciones asiáticas están por ahora libres del fenómeno. La inflación golpea también a países de la región, algunos con índices más altos que el nuestro. Factores locales y externos ejercen altas presiones inflacionarias como la recuperación dinámica de la demanda y el encarecimiento de las materias primas y de los insumos por las cadenas globales de suministro. Aún hoy se recogen los fuertes impactos de los bloqueos ilegales del paro nacional tanto en la inflación acumulada de alimentos como en la disrupción de los ciclos productivos.
En el corto plazo, las perspectivas no son las mejores en cuanto a la reducción de estas presiones globales. Las autoridades monetarias deberán definir el ritmo en el que las tasas de interés se elevarán para contrarrestar esta tendencia que se espera baje en el segundo semestre. Mayor razón para resaltar la importancia de la independencia y la credibilidad de las autoridades monetarias.
EDITORIAL