Lo que comenzó con una serie de publicaciones del presidente Gustavo Petro en la red social X, en las que plasmó su controversial lectura del conflicto entre Israel y Hamás, ha ido escalando, lamentablemente, hasta convertirse en una preocupante crisis en una relación que por años ha sido sólida y estable.
En la misma línea de su jefe directo, el canciller Álvaro Leyva también ha optado por la arena digital y en una publicación le pidió al embajador israelí respeto hacia el mandatario y le insinuó que se fuera del país. Tal postura fue inicialmente interpretada como una expulsión del diplomático, movida extrema de enorme trascendencia, pero pronto el mismo Leyva salió a aclarar que no era este el propósito. Que sirva de lección sobre lo inconveniente y riesgoso que resulta el gestionar las relaciones internacionales al calor de las redes sociales.
Aun así, la crisis comienza a tener repercusiones concretas y muy preocupantes. La más crítica se registra en el sector de la defensa. Desde hace varias décadas Colombia ha sido cliente de Israel a la hora de adquirir armamento de diversa índole y ha sido también este país un socio clave en la transferencia de conocimiento para todas nuestras fuerzas. Desde los repuestos de los aviones Kfir –urgidos de ser repotenciados ante las dificultades en el proceso para comprar una nueva flota de aviones supersónicos– hasta la fabricación de los fusiles Galil, pasando por la adquisición de drones, software y sistemas de defensa aérea, además de la capacitación de oficiales, todo queda en entredicho hasta que no cese la tormenta. En un contexto geopolítico cada vez más inestable, la noticia de que el país pierde –al menos temporalmente– uno de sus principales aliados tiene que inquietar y exige del Gobierno una reacción oportuna y tranquilizante, un plan B que minimice las consecuencias.
A través de un uso virtuoso de las herramientas que ofrece la diplomacia se puede marcar distancia
de forma responsable.
Aquí es evidente la importancia de aferrarse a la diplomacia. Es posible rechazar la manera como Israel ha tenido respuestas desmedidas y al mismo tiempo calificar como terrorismo el despiadado ataque de Hamás del 7 de octubre. Condenar las acciones terroristas de ese grupo palestino, algo que el gobierno de Petro se resiste a hacer de forma equivocada, no impide exigirle al Gobierno de Israel que sus acciones no acarreen violaciones del Derecho Internacional Humanitario o crímenes de guerra sin necesidad de romper las formas y el vínculo diplomático. En cambio, escoger el escenario de la confrontación en redes sociales sí perjudica gravemente los intereses nacionales.
Lo que corresponde ahora es un trabajo, que ha de liderar la Cancillería, tendiente a apaciguar los ánimos, valiéndose de todas las herramientas que la diplomacia brinda, incluido el acudir a mediadores, en un marco de prudencia y discreción. Este camino obliga a que la tarea sea asumida por el Ministerio de Relaciones Exteriores en una cuidadosa labor de filigrana que permita a Colombia tener voz para sentar una posición crítica, a la que no puede ni debe renunciar, y al mismo tiempo llamar a una salida política a la guerra. Todo eso es compatible con el mantener unos vínculos de respeto de los que dependen asuntos cenitales del Estado y por ende el bienestar de la ciudadanía.
EDITORIAL