Una conjunción de factores, entre los cuales se destacan el alza en la cotización del dólar y, sobre todo, unas heladas inusualmente fuertes en Brasil –consecuencia de un intenso verano–, ha permitido una disparada del precio del café en los mercados internacionales. El valor del grano ya superó los dos dólares, situación que ha repercutido favorablemente en el mercado interno, donde por la carga se están pagando 1’905.000 pesos.
El hecho tiene tintes providenciales en medio de una situación tan compleja como la que hoy vive el país, con una economía en la que todavía son palpables las huellas de las medidas tomadas para contener la pandemia de covid-19 y que apenas comienza a mostrar señales de recuperación. Más de 600.000 familias cuya subsistencia depende de este cultivo verán una mejora sustancial en sus ingresos, lo que algunos expertos han invitado a que sea asumido como la punta de lanza de la reactivación.
A esta buena noticia hay que sumar lo que ha venido sucediendo con el petróleo, cuya cotización en las últimas semanas ha tendido a permanecer por encima de los 70 dólares por barril, e incluso con el carbón, producto cuyo precio también ha mostrado una notable recuperación tras la fuerte caída del año pasado.
Lecciones hay de sobra en nuestro pasado como país cafetero. Urge hacer todo lo necesario para estabilizar el actual volumen de producción
De vuelta al café, las perspectivas son favorables. El motivo pasa por la menor vulnerabilidad de nuestros cafetales frente a eventos climáticos extremos, sobre todo si se comparan con los de Brasil. Los cálculos apuntan a un crecimiento sostenido de la demanda, dado que la bebida sigue siendo muy popular en los países industrializados. Realidad que obliga a no bajar la guardia, y ello se traduce en continuar con los exitosos programas de renovación de los arbustos –con apoyo gubernamental– y en no descuidar el Fondo de Estabilización. No son pocas las zonas donde las condiciones sociales y geográficas son propicias para la irrupción de los cultivos ilícitos y sus economías ilegales, en las que el fomento del cultivo del café surge como la mejor alternativa para cerrarle el paso al crimen organizado. Lo anterior, mediante la consolidación de una actividad económica formal y rentable.
Es cierto que una cotización favorable del crudo y el carbón trae beneficios inmediatos para las golpeadas finanzas públicas, pero el caso del café tiene un ingrediente adicional. Se trata de una actividad cuya cadena de producción involucra numerosos eslabones y cuyos réditos disfrutan directamente las familias caficultoras y las comunidades a las que pertenecen, lo cual repercute rápidamente no solo en el bienestar de la gente, sino en el fortalecimiento del tejido social y la construcción de confianza, toda vez que se trata de intercambios, reiteramos, dentro de la legalidad.
Corresponde, pues, al Gobierno y al gremio cafetero saber sacar el debido provecho de estos aires de bonanza. Lecciones hay de sobra en nuestro pasado como país cafetero.
Urge hacer todo lo necesario no solo para estabilizar el actual volumen de producción de 14 millones de sacos anuales, sino para aumentarlo de manera sostenible, pues la realidad que plantea la crisis climática que hoy azota a Brasil también nos puede pasar factura.
EDITORIAL