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Francisco y el optimismo

El Papa les dijo a Colombia y al mundo que es posible vivir mejor y que urge ablandar los corazones.

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Fue como si una nube cargada con buena energía se hubiese posado sobre el país esta semana. Millones de colombianos pudieron dar fe, en primera persona, de lo que significa estar en o directo con un líder del carisma y la fuerza espiritual del papa Francisco, quien se despide hoy de Colombia, en Cartagena. Buena energía que sirvió también para cumplir con creces el desafío que en términos logísticos suponía la visita papal. La manera impecable como se desarrolló, sin contratiempo registrado –al menos hasta el momento de escribir estos renglones–, obliga a un reconocimiento a los responsables de su organización.
Que no quede duda. El liderazgo y –justo es insistir– el carisma del obispo de Roma no tienen parangón hoy en el planeta. Y Colombia conoció, y sobre todo sintió, la razón de su popularidad. Millones siguieron, palmo a palmo, su recorrido sin que necesariamente comulgaran con la fe católica, aunque una conclusión inicial de la visita papal sea que dicha religión todavía ocupa un lugar central en esta sociedad.
Pero si cautivó a católicos y no católicos, creyentes y no creyentes, es porque, entre otras virtudes, es notable la capacidad del pontífice argentino para sintonizarse con las angustias, los anhelos y los temores de la gente, más allá de las barreras que a veces fijan los dogmas.
De ahí que le resulte tan fácil, tan natural como lo vimos, conectarse con las emociones de las masas que lo siguen fervorosas. Pueden darse muchas explicaciones, mas quizás todo se limite a que su principal preocupación es seguir siendo uno más, incluso, un pecador más, como lo dijo en su momento. Alguien tan vulnerable como cualquier otro ser humano, como lo reconoció en una de sus intervenciones.
Sea cual sea el motivo de la cercanía que proyecta, es deslumbrante su don para comunicar. Ese que nace de la agudeza con que interpreta los grandes retos de la humanidad. Cualidad que se une a la forma sencilla y contundente como expresa un diagnóstico al tiempo que señala una ruta. Enciende así una luz de esperanza en tiempos en los que pocos tienen el coraje para hacerlo. Es ahora cuando se entiende en toda su dimensión su invitación a dar el primer paso.
Invitación hecha en un contexto, en lo concerniente a Colombia, de creciente pesimismo; múltiples encuestas dan cuenta de ello. En el plano internacional, el panorama no es más halagador. Ha estado marcado, sobre todo, por el dolor que han causado los desastres naturales, pero, así mismo, por la ansiedad ante la inestabilidad del ajedrez geopolítico mundial.
Y surtió efecto. Esta semana, Colombia fue epicentro de un constante mensaje de esperanza. De aquí salió un llamado global, y Francisco lo hizo explícito a los jóvenes en la plaza de Bolívar, a soñar en grande respecto al futuro. Y, así como se dirigió a la juventud, encontró además la manera de llevar palabras especialmente dedicadas a muchos otros sectores de la sociedad. Les habló a todos.
En cuanto a la repercusión de lo dicho por el sumo pontífice en el ámbito local, puede decirse que, si bien son renovadoras, sus intervenciones no fueron novedosas en relación con el mensaje que ha marcado su pontificado. En busca de unidad, temas que dividen, pues tocan la moral sexual, han estado ausentes hasta el momento de escribirse en estas líneas. En el mismo orden de ideas, si bien sus homilías han tenido un sentido primordialmente apostólico, sin intención de entrar a jugar en el tablero político local, su impacto es inevitable.
Aun cuando en Colombia, dado el hecho puntual del fin del conflicto armado, estos llamados tienen un eco particular, es claro que aquí y en todos los demás lugares que ha visitado, Francisco ha insistido en asuntos claves como la importancia de la cultura del encuentro, de llevar una vida sencilla, de darle al ambiente un trato respetuoso –cuidar la casa común–, el valor que requiere perdonar y la grandeza que hay en la reconciliación. En su encuentro con las víctimas del conflicto armado en Villavicencio hizo especial y necesario énfasis en la trascendencia de confiar en “quienes infligieron sufrimiento a comunidades y a un país entero” y en la necesidad apremiante de buscar la verdad como prerrequisito para una sociedad en la que reinen la justicia y la paz, una paz que desde antes y aquí, en esta tierra, ha respaldado. Su claro llamado a desactivar odios, renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia tuvo un eco particular. Aún resuena.
Se va Francisco. Para Colombia y para el mundo, siembra un mensaje de esperanza. Es imposible saber si va a calar; ojalá que sí. Por ahora, registramos la estela de alivio e ilusión que deja. También, el hecho de que el país mostró otra cara, de que el pesimismo por fin cedió, gracias a que el Papa señaló una ruta que implica una transformación profunda pero cada vez más necesaria. Con su ejemplo, el Papa anima a cada vez más personas a emprenderla.

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