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España, en suspenso

El avance de la derecha se confirmó, pero no fue suficiente. Se viene dura etapa de negociación.

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Los líderes, y en particular los estadistas, deben tener la excelsa virtud de saber leer las sociedades que dirigen o que aspiran a dirigir, y en particular cuando los mensajes provienen de unas elecciones generales. Y de base, especialmente en tiempos de tantas fracturas y polarización, el camino de los consensos, de buscar los puntos en común, de persistir en el hallazgo de convergencias, es más sano para las democracias que el de acentuar los desencuentros y las radicalizaciones.
Precisamente, los españoles acudieron el domingo a las urnas dejando un resultado que obliga a las partes a plantear serias reflexiones sobre el devenir político del país. Si estuvieran tan satisfechos con el rumbo actual, los electores probablemente le hubieran dado su apoyo mayoritario a la coalición de gobierno liderada por el socialista Pedro Sánchez, incluidos movimientos mucho más a la izquierda, como el que reúne Sumar.
Pero si hubieran considerado que el Partido Popular (PP), sumado al ala más a la derecha representada por el partido Vox, era la alternativa, ya Alberto Núñez Feijóo tendría lista la coalición para dar el timonazo como jefe de gobierno, tal cual lo anticipaban las elecciones regionales de mayo, que presagiaban un triunfo seguro y lo ubicaban prematuramente en la Moncloa.
Una paradoja: el independentista Puigdemont, prófugo líder del partido JxCat, podría tener la llave de la investidura para Sánchez.
No sucedió ni lo uno ni lo otro. Ninguna de las formaciones obtuvo los votos necesarios para hacer mayoría, y hoy España está en vilo y muy probablemente enfrentada a unos meses de incertidumbre que podrían llevarla a un bloqueo político e, incluso, a una repetición de elecciones a comienzos del año que viene si los partidos no hallan una salida. Y es que, como ocurre con los sistemas parlamentarios, a diferencia de los presidencialistas, no gobierna quien más votos obtenga, sino quien tenga más capacidad de conformar mayorías en el Legislativo.
Así, el grupo conservador de Feijóo ganó las elecciones con 136 curules, y Vox, su potencial aliado, consiguió 33. Entre los dos suman apenas 169, lejos de la mayoría absoluta de 176 necesaria para formar gobierno.
Por los lados de la izquierda en el poder, el Psoe se alzó con 122 escaños, y Sumar, con 31 (153), mucho menos que sus rivales, pero con posibilidades de hacer alianzas con partidos regionalistas vascos y catalanes que eventualmente le podrían dar a Sánchez la boleta para retener el poder. La gran paradoja: los que perdieron podrían gobernar. Y otra más: que Carles Puigdemont, el prófugo líder del partido JxCat, refugiado en Bélgica, podría tener la llave de la investidura para Sánchez. Sería un costo muy alto deberle la presidencia al líder del independentismo catalán, sobre el que la Fiscalía española acaba de activar una orden de búsqueda y captura, y quien ya no tiene inmunidad como europarlamentario. Por supuesto, Núñez Feijóo reivindicará ante el rey Felipe VI su derecho como ganador a formar gobierno, pero las cuentas solo le cuadran si el Psoe se abstiene, un escenario casi de fábula, al menos de momento.
Que la sensatez y la sabiduría que en general han movido a los españoles en casi 50 años de democracia no los abandonen, porque se vienen agitados días en lo político. Un desafío que pasa por constatar que la balanza de fuerzas cambió y que el gobierno que resulte ungido deberá interpretar esa nueva realidad.
EDITORIAL

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