Mil cuatrocientos kilómetros es la distancia aproximada que hay por carretera desde Santa Marta, en el norte de Colombia, hasta Popayán, en el suroccidente. Si existiera una regla de esa longitud y la colocáramos de forma vertical sobre la superficie terrestre, el otro extremo llegaría a la elevación que una nave espacial tripulada alcanzó la semana pasada. No es, desde luego, la primera vez que el ser humano va al espacio. Pero esta ocasión fue significativa por dos motivos.
Primero que todo, por la distancia. Desde el fin de la era de las misiones Apolo, en 1972, ningún ser humano había llegado tan lejos. Las misiones Apolo llevaron al hombre a la Luna, que está a una distancia mucho mayor, de casi 400.000 km, que no se ha superado. Pero, en materia de misiones orbitales, el récord eran los 1.373 km de la misión Gemini, de 1966. En comparación, la Estación Espacial Internacional orbita a 400 km de la superficie terrestre.
Se trata de un hito que demuestra que no solo el sector estatal tiene la capacidad de entrenar astronautas y llevarlos al espacio, sino que la industria privada, que suele ser más innovadora que el sector público, también es capaz de hacerlo
Pero lo más significativo de Polaris Dawn, como se llamó este último viaje espacial, es que, a diferencia de los anteriores, sus integrantes no eran astronautas estatales, como los que emplea la Nasa, sino ciudadanos civiles, parte de un proyecto privado de la empresa SpaceX, propiedad de Elon Musk. Cuando dos de los cuatro tripulantes hicieron una breve caminata espacial el jueves a las 6:12 de la mañana (hora de la costa este estadounidense), fue la primera vez que astronautas privados realizaban una maniobra de este tipo.
Se trata de un hito que demuestra que no solo el sector estatal tiene la capacidad de entrenar astronautas y llevarlos al espacio, sino que la industria privada, que suele ser más innovadora que el sector público, también es capaz de hacerlo. Estamos entrando, entonces, en una nueva era de astronáutica comercial. Y cabe esperar que eso le inyectará más dinamismo y más recursos a la exploración de la que sigue siendo la última frontera de la humanidad.
EDITORIAL