Como líder de la República sa, Emmanuel Macron ha enfrentado dos de los mayores desafíos de los últimos tiempos: la pandemia de covid-19 y la guerra ruso-ucraniana. Pero nada lo había puesto contra las cuerdas como su proyecto de reforma pensional. Consciente de que no tenía las mayorías parlamentarias para hacerla aprobar, el Presidente se apoyó en el artículo 49.3 de la Constitución, que lo habilita para imponerla por decreto. La jugada le valió dos mociones de censura en una tensa sesión en la Asamblea Nacional este lunes. Su gobierno sobrevivió, pero por un margen mínimo de nueve votos. Minutos después, explotaban violentas manifestaciones en las calles de París, donde desde hace días se acumulan toneladas de basura por la huelga de recolectores opuestos a la reforma. La basura amontonada se ha convertido en el símbolo del inconformismo.
El 70 % de los ses está en contra del proyecto. En Francia, la edad de jubilación tiene una significación cultural que la hace casi intocable, y la reforma la eleva de 62 a 64 años. También aumenta a partir de 2027 el número de años de cotización, de 41 a 43. Para el Gobierno, sin embargo, estos cambios son necesarios para asegurar la sostenibilidad del sistema. Sin ellos, se entraría en déficit este mismo año y eso obligaría a las futuras generaciones a pagar por las actuales, lo que, para el Ejecutivo, “pondría en entredicho nuestro pacto social”.
Todo esto es prueba del enorme desafío político que supone ajustar los sistemas pensionales a las nuevas realidades demográficas y financieras de los países. Con la adopción de la reforma por decreto, Macron hace lo que considera un acto de responsabilidad histórica. Pero a un costo político elevadísimo. La oposición seguirá intentando revertir los cambios por otras vías: una demanda ante el Consejo Constitucional o un referendo, por ejemplo. Las protestas callejeras se intensificarán. La gobernabilidad del Presidente quedará fuertemente comprometida. Macron, sin embargo, se mantiene firme. Más allá de cualquiera que sea el resultado de este pulso, lo deseable es que Francia supere la tormenta y encuentre un camino con más acuerdos que fracturas.
EDITORIAL