De periodos turbulentos y de lapsos de estabilidad está hecha la historia de nuestra especie. Hoy, de cara a un nuevo año, se puede decir con certeza que los días que corren corresponden a la primera categoría.
Dos conflictos en curso y que tienen en común lo incierto sobre su rumbo y desenlace marcarán la agenda internacional este año: el resultante de la invasión de Rusia a Ucrania y el que tiene lugar en la Franja de Gaza, donde Israel ha apelado a todo su poderío militar en su propósito de acabar con Hamás, luego del ataque –inaceptable, siempre condenable– de este grupo terrorista a su territorio. La comunidad internacional observa impotente y aterrada cómo, en pos de su objetivo, este país ha pasado por alto normas básicas de la guerra. La ONU es puesta a prueba, y los clamores de su secretario general son evidencia de que carece de los dientes necesarios para cumplir con el propósito para el cual fue creada.
Dos escenarios generan ansiedad. El de que Israel extienda su ofensiva al Líbano y el de que se confirme la escasa viabilidad de un avance mayor de las tropas ucranianas. Y ambos escenarios tienen un vínculo estrecho con el proceso electoral que tendrá lugar en Estados Unidos.
La ONU es puesta a prueba, y los clamores de su secretario son evidencia de que carece de los dientes necesarios para cumplir con su fin.
En el país del norte, unas aceptables cifras de la economía no parecen ser suficientes –como otrora lo eran– para garantizarle a Joe Biden la reelección. A sus 81 años, el actual mandatario optó por repetir periodo con el apoyo de un partido que prefirió no arriesgar ante el temor de que un oponente nuevo no tuviera cómo pelearle a Donald Trump su intento por volver a la Casa Blanca. Los líos judiciales del magnate, antes que perjudicarlo, le han servido para consolidar sus apoyos, mientras que Biden ve con angustia cómo el respaldo de las minorías se evapora y cómo sectores importantes de su colectividad le dan la espalda. Falta ver si alguno de los múltiples frentes legales que ocupan a los abogados de Trump le impida continuar con su candidatura. De no ser así, la Casa Blanca podría tener en el 2025 a un inquilino que abiertamente simpatiza con Vladimir Putin. Situación de la que China, en silencio con cautela y ambición, toma atenta nota.
Complejo ajedrez que tendrá repercusiones en la región, un adelanto se acaba de ver con la decisión de Biden de liberar a Álex Saab. Es de esperarse que las movidas diplomáticas de Washington y Caracas, con el petróleo de por medio, conduzcan a elecciones libres en el país vecino.
Todo lo anterior a la larga repercutirá en un tema cada vez más preocupante y sensible para el hemisferio y para Colombia: la migración. Que los países se pongan de acuerdo para atacar sus causas –deterioro democrático, inseguridad, crisis económica– es una tarea que en el 2024 será aún más urgente. Situación similar, igualmente crítica, vive Europa con los miles de personas que provenientes de África y Asia tocan a sus puertas a diario. Un frente que requiere trabajo mancomunado y eficaz entre los países y que pide a gritos dejar a un lado las diferencias. Algo idéntico puede decirse de la crisis climática, los expertos advierten de la necesidad de actuar al compás de un reloj que corre cada vez más veloz. Que en el 2024 lo urgente no deje de lado los asuntos más importantes.
EDITORIAL