Regiones del norte de India acaban de tener los meses de marzo y abril más ardientes en 122 años. Temperaturas por encima de los 38 grados centígrados se registraron durante varios días, un nivel de calor que usualmente no se manifiesta antes de junio. En Nueva Delhi, la capital, el termómetro llegó a marcar 43 grados. En el vecino Pakistán, el mercurio alcanzó los 49.
El impacto de las elevadas temperaturas en el sur de Asia no se limita a los cientos de muertes por golpes de calor que han reportado las autoridades. También ha habido cortes de luz por exceso de demanda e inundaciones provocadas por el deshielo de glaciares. En Guyarat, los rescatistas recogen aves deshidratadas que caen del cielo. En la región de Punyab, la cosecha de trigo se atrofió en un 13,5 %, un desplome que reducirá la oferta mundial del cereal, ya afectada por la guerra en Ucrania.
Para los expertos, no hay dudas de que el cambio climático es una de las causas de esta calentura extemporánea, y de que en el futuro estas temperaturas serán más frecuentes. Los analistas miran hacia la India como uno de los casos a los que hay que prestarle mayor atención, por dos motivos.
Primero, porque por su ubicación geográfica el país asiático será uno de los más afectados por el calentamiento global. Allá deberán concentrarse muchos de los esfuerzos de adaptación al fenómeno. Segundo, porque el tamaño de su población, gran parte de la cual sigue en la pobreza, implica que la India deberá encontrar soluciones endógenas a uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo: cómo producir suficiente energía para elevar la calidad de vida de su gente sin agravar el deterioro atmosférico del planeta.
A Colombia le atañe esta situación, pues compartimos con el sur de Asia la vulnerabilidad a las alteraciones climáticas y la necesidad de hallar las claves del desarrollo sostenible. Nos hermanan los mismos retos, por eso debemos estudiar sus experiencias para aprender de ellas.
EDITORIAL