Sorpresivas y a lo mejor inquietantes para el ambiente político resultaron la renuncia del embajador ante la FAO, Armando Benedetti, y el inmediato nombramiento como asesor, en el cuarto de al lado, del presidente Gustavo Petro. Su dimisión se produce apenas 11 meses después de llegar a ese cargo diplomático en la añeja Roma, para muchos muy atractivo, que trajo altos costos económicos para el país, pues esta fue una de las nueve misiones diplomáticas creadas por Colombia el año pasado.
Y aunque al Presidente le asiste su legítimo derecho de mover el tablero y de jugar sus fichas como mejor crea que le sirven al Gobierno y a sus intenciones políticas, no es usual que un nombramiento de un asesor cause tanta controversia nacional, incluso hasta en las mismas filas del petrismo.
Hay que decirlo con franqueza, el mandatario está haciendo una apuesta, si se quiere arriesgada, que tiene complejas implicaciones, pues se puede estar enviando un mensaje de que en política todo vale. Mensaje que no le conviene a un país urgido de depurar las costumbres y las polémicas prácticas políticas de antaño. Esas que no van de la mano de las promesas de cambio con las cuales el Gobierno se hizo elegir.
No se puede negar que Benedetti es un personaje polémico y cuestionado, que afronta procesos judiciales, varios ante la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia –uno de ellos por enriquecimiento ilícito–, además de haber tenido que afrontar una acusación de violencia intrafamiliar. Este escudero de campaña del hoy mandatario fue quien el año pasado dijo en un audio filtrado: "Si me hundo yo, nos hundimos todos".
Pero es sagrado también, para la justicia y para la honra personal, que se es inocente hasta ser vencido en juicio. Los caminos jurídicos darán el veredicto. Mientras tanto, Benedetti oficiará como asesor presidencial. Y es de esperar que se mantengan las formas y la armonía interna. Pero la respuesta final solo la conocerá el país en los meses que están por venir.