En estos días de celebraciones solemnes ha pasado casi inadvertida una fecha clave de la historia alemana y, de paso, de la historia del mundo contemporáneo: el 9 de noviembre.
En Alemania, el recuerdo de ese día es una mezcla de sensaciones agridulces. No en vano, el viernes pasado, Frank-Walter Steinmeier, el presidente alemán, decía ante el Bundestag: “El 9 de noviembre los alemanes recordamos tanto la luz como la sombra de nuestra historia. Este día es el día de las contradicciones. Un día iluminado y oscuro. Un día que nos exige algo que siempre pertenecerá a la mirada del pasado alemán: la ambivalencia del recuerdo”.
Y razón no le falta. Para empezar, el 9 de noviembre de 1918, con la abdicación del káiser Guillermo II –a raíz de la Revolución de Noviembre–, terminó la monarquía y nació la frágil e inestable República de Weimar, que fue pulverizada tras el ascenso al poder del nacionalsocialismo en 1933, con el cual se inició ese capítulo de horror que el mundo entero vivió y que aún no termina del todo.
Otro 9 de noviembre que los alemanes tienen marcado en su calendario es el de 1923, cuando Adolfo Hitler –quien hasta ese momento era un ultraderechista casi desconocido– encabezó el ‘Putsch de Múnich’, un frustrado golpe de Estado que concluyó con su arresto y el de sus cómplices. Tras la fallida conspiración, Hitler estuvo nueve meses en la prisión de Landsberg, en Baviera, donde escribió Mi lucha, texto en el que trazó los lineamientos de esa delirante y macabra visión política con la que empujó a Alemania y a Europa al abismo de una barbarie sin precedentes.
Las palabras de Steinmeier –sumadas a la emotiva foto de Macron con Angela Merkel en la conmemoración del centenario del final de la Primera Guerra Mundial– son un poderoso llamado a la esperanza.
Pero la cosa no para ahí. También un 9 de noviembre, en 1938, se llevó a cabo la nefasta ‘Noche de los cristales rotos’, jornada en la cual las sinagogas fueron incendiadas a lo largo y ancho de Alemania y los negocios de los judíos fueron asaltados y destruidos. Ese día se materializó el inicio de la política antisemita del régimen nazi; fue el preámbulo del Holocausto.
Sin embargo, hubo un 9 de noviembre que sí fue feliz para los alemanes: el de 1989, día en el cual, por un afortunado accidente de la historia, se derrumbó el muro que durante casi tres décadas había partido en dos la geografía de su país.
Pero más allá de recuentos históricos, Steinmeier llamó a sus compatriotas a la acción y a rechazar la discriminación: “Debemos demostrar que nosotros, los alemanes, realmente hemos aprendido, que realmente le hemos prestado atención a lo que ocurrió en nuestra historia. ¡Tenemos que actuar allí donde la dignidad del otro sea maltratada! ¡Tenemos que contrarrestar la aparición del lenguaje del odio!”.
Y también hizo una referencia al populismo: “¡No podemos permitir que algunos quieran creer que ellos son los únicos que pueden hablar en nombre del ‘verdadero pueblo’ mientras discriminan a los demás!”. Un mensaje contundente para tantos demagogos desbocados.
Así mismo, salió en defensa de la cooperación multilateral. “Tenemos que luchar nuevamente por mantener a Europa unida, tenemos que luchar por un orden internacional, el mismo que es cuestionado incluso por nuestros socios. Pues a esta unidad europea y a este orden internacional le debemos que nosotros, los alemanes, volvamos a ser un pueblo que política y económicamente haya salido adelante, que en su gran mayoría quiera vivir de manera cosmopolita y europea”.
En medio de las huellas y contrastes del 9 de noviembre, las palabras de Steinmeier –sumadas a la emotiva foto de Emmanuel Macron con Angela Merkel en la conmemoración del centenario del final de la Primera Guerra Mundial– son un poderoso llamado a la esperanza.
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Colofón. Sería muy interesante hablar de los primeros 100 días del gobierno de Iván Duque, pero todavía toca esperar que asuma el cargo.
@OpinionVladdo