Cuando Greta Thunberg, en una de sus alocuciones al frente de su escuela, dijo lapidariamente: “Quiero que sientan que se les está quemando su casa”, hubo diferentes reacciones: los negacionistas negaron, los ambientalistas aplaudieron, los medios de comunicación, tibios, comenzaron casi que a burlarse de esta chiquita que se enfrentaba a los grandes del mundo, acusándolos de ineptitud. En un programa radial, mi preferido de la mañana, los periodistas armaron un tinglado de batutas y chistes, olvidando entre risitas el problema verdadero.
Efectivamente se nos quemó el rancho. Con solo 1 grado centígrado de aumento, Canadá estalló en llamas. Una ciudad entera calcinada por las llamas tuvo que ser evacuada; el mar del golfo de México está siendo consumido por un incendio causado por un ulterior vertimiento accidental; toda una región de Estados Unidos está enfrentando una sequía mortal; unas temperaturas nunca vistas de 49,6 grados centígrados, que dejaron estupefactos a los científicos que no supieron explicar este fenómeno en el mes de junio en Canadá.
Pero Greta sí tiene la explicación: el calentamiento global, causado por la emisión de gases, ocasionado por la falta de voluntad política de atenerse al Acuerdo de París, que casi todas las naciones civilizadas firmaron, pero ninguna de ellas está respetando. Un equipo de científicos estudiosos del fenómeno advirtió que de seguir nuestras prácticas desarrollistas, el calentamiento podría llegar a los 3 grados, y ya se imaginan ustedes el caos climático.
Siempre he estado alineado con la teoría que la Tierra es un solo ser único que desarrolla sus defensas para sobrevivir a los embates tóxicos del desarrollismo a ultranza. Gaia, la madre Tierra, la Pacha Mama bendita, perdió la paciencia y nos está haciendo advertencias con unas manifestaciones letales, como las altas temperaturas, las nevadas fuera de estación, las inundaciones de millares de kilómetros y, al revés, la sequía más impiadosa.
Cómo será que el gobernador de Utah está convocando dos meses de oración para pedir por las lluvias, como si no fuera más fácil limitar a los compromisos de París las emisiones de gases, o limitar el uso de las energías no renovables y promover las energías solares y eólicas, o dejar de invadir las vías de nuestras ciudades de carros contaminadores, o impulsar el transporte público y gravar implacablemente a los dueños de carros de alta gama.
Salvo Basile