Porque mi papá hace parte del grupo, y el duelo es un rato de cada día, pienso mucho en la gente que murió sin imaginar lo que vino después de aquel 2016 que fue un bisiesto con sevicia. Vino el no. El acuerdo de paz con las Farc. El ascenso de la ultraderecha. QAnon. El anticristo Donald Trump. La posverdad. El brexit. La llegada de Xi Jinping al trono de Mao Zedong. El #YoTambién. La avalancha en Mocoa. El éxodo venezolano. La minga indígena. Duque. La emocionante e ignorada consulta anticorrupción. El agua salada de Marte. El cacerolazo. El asesinato de 1.409 líderes sociales. El asesinato de 332 firmantes de paz. El país de las 331 masacres. El incendio del planeta. La pandemia. El grito “no puedo respirar”. El asalto al Capitolio de los Estados Unidos. Biden. El estallido social. Putin contra Ucrania. Francia Márquez. Petro. Y el final, sin lecciones, de la peste.
Qué pensarán los fantasmas de 2016 de estos vertiginosos días poscovídicos que no alcanzan para nada, de estas torturadoras jornadas, sin tapabocas ni geles, plagadas de insomnios, de trastornos, de reactividades de redes, de opiniones no pedidas, de traiciones a la lucha contra el cambio climático, de reuniones devaluadoras de lo humano “que podrían haber sido un email”, de ansiedades por hacer y hacer y hacer para vivir al borde, ay, nadie da más. Qué pensarán los fantasmas de 2016 de estos movimientos de las placas tectónicas colombianas: del pavor y el rencor y la impaciencia ante el cambio; de la desilusión que produce que, como fichas de cualquier bodega fascista, los partidarios de la transformación social lapiden o calumnien a las voces inconformes; de cómo se ven de liberados, de rejuvenecidos, los gobiernistas por naturaleza que negaban los innegables desmanes del gobierno pasado.
Advertencia: la siguiente frase les sonará descabellada –¿quién es Duque?, ¿Petro lo logró?– a los fantasmas de 2016.
Esta semana, en medio de los rifirrafes que uno tras otro son la vida, hubo un intercambio de ideas que sonó a tiempos mejores.
Y es esta: el gobierno de Petro tendría que aprender de los errores del gobierno de Duque porque fueron errores hechos en Colombia. Y sugieren, de cierto modo, diez mandamientos. No servirle a la violencia. No gobernar para algunos nomás. No atrincherarse en la soberbia. No echarles los perros bravos a los críticos. No darles la espalda a los liderazgos diarios que han sido el antídoto a esos políticos que se la pasan impidiendo la política. No despreciar el diálogo. No despreciar la experiencia de este país. No despreciar el ICBF. No meterse en los asuntos de las demás naciones: “Mi gran frustración de estos cuatro años fue no haber visto la caída de Maduro”, dijo Duque a CNN como si hubiera gobernado a Suiza, pero luego Petro tuiteó su “revivió Pinochet”, en un arrebato ochentero, para echarle ruido al ruido.
Pienso mucho en Vértigo, la película de Hitchcock, porque vivir es estar despertando, pero sobre todo por una línea discutible que suele venir al caso: “Hay que estar solo para errar”, dice Madeleine, “dos personas juntas siempre van a alguna parte”. Y es que esta semana, en medio de los rifirrafes que uno tras otro son la vida, hubo un intercambio de ideas que sonó a tiempos mejores. El excomisionado de Paz Jaramillo hizo sus reparos puntuales, oportunos, a la llamada “Paz total”. El senador Cepeda no solo le despejó las dudas, sino que, en un gesto de humildad, de respeto, le pidió aconsejarlos en lo que viene. Y quedó la sensación de que quizás no estemos condenados a desconocernos.
Pienso mucho, por estos días, que hay dos modos de extrañar a los muertos: “Se salvó de ver esto” o “se perdió de ver esto”.
Y que se trata de trabajar, sin renunciar a vivir, para que gane el pulso la segunda. Y uno se descubra diciendo “habría querido que mi papá viera esta paz”.
RICARDO SILVA ROMERO