Hágame caso: venga lo que venga, pase lo que pase, ofrézcanle lo que le ofrezcan, predíganle el infierno que le predigan, levántenle el pulgar que le levanten, llueva, truene o relampaguee mientras le desempolven la engañosa promesa del cielo, por ningún motivo vaya a votar por la derecha. Creo firmemente en refranes citadinos y hastiados tales como "entre votos no hay disgustos" y "cada cual verá" y "el sufragio es secreto porque es libre". Pero de la derecha a la ultraderecha solo hay un paso: un paro. Y si algo ha sido evidente en los cinco turbulentos años que está cumpliendo el acuerdo de paz firmado en el Teatro Colón –ni más ni menos que el teatro de la "Regeneración" que empujó al país por el despeñadero del fanatismo– es lo peligroso e infame que es dejar nuestras treguas logradas a puro pulso en manos de gente que piensa que "convivir" es una acción militar.
(También le puede interesar:
Plagios)
Hasta aquí nos trajo la derecha. Pienso una vez más en Núñez, el presidente regenerador de barbas líricas, convencido de que había que pintar arquetipos de la ópera sobre los indios del telón florentino del Colón, pero para no ir demasiado lejos, para dedicarnos, por razones de espacio, a estos cinco años de santiguarse, baste recordar que a nuestra derecha debemos la propaganda sucia del "no", el empeño empobrecedor de "hacer trizas" el pacto que propone una cultura tanto de la vida como del reconocimiento político, la reedición de las estrategias militares que nos vararon en la guerra, la debacle con cuentagotas de la política internacional, la defensa de Colombia como un circo y una exuberancia y una artesanía, la fabricación, la simulación, la persecución, la purga de "enemigos" sinónimos de "críticos", y el regreso, de película de zombis, de la "gente de bien" con pistola fajada al cinto.
Es típico de la derecha criolla –es de su idiosincrasia esvástica– el negacionismo con el que el expresidente Uribe escribió su "acuerdo de paz no ha habido" en su encíclica a las Naciones Unidas, la soberbia con la que el presidente Duque firmó el cambio de la ley de garantías por encima de la dignidad del juez que le ordenó abstenerse, el clima malsano en el cual pudo darse "el evento pedagógico" en el que ciertos cadetes de la escuela de policía de Tuluá tuvieron a bien disfrazarse de nazis, la falsa indignación plagada de emoticones con la que los propagandistas de siempre recibieron la propuesta más que sensata, del creador de paz Humberto de la Calle, de dejar atrás el obsoleto saludo policial "¡Dios y patria!" en estos tiempos de reformas inevitables, y el cinismo con el que el reencauchado Zuluaga, que perdió las elecciones presidenciales de 2014 a punta de contarle los días al proceso de La Habana, se entregó a celebrar las conquistas del pacto con las Farc.
Hágame caso: por más que se lo susurre al oído el diablito ladino que se para como una lora en el hombro de los dibujos animados, por más que se lo demande alguna bodega fanatizada de las redes sociales, por más que se lo argumente algún experto setentero que reduzca el mundo a “derrocamiento o complicidad”, no vaya usted a caer en la trampa risible de temerles, por "mamertos" o por "cercanos al establecimiento", a estos candidatos del centro a la izquierda que en realidad están haciendo una defensa firme de la democracia. Hubo un tiempo fervoroso en el cual parecía esencial que a uno le cayera en gracia el candidato de su preferencia: “¡Ni un paso atrás: siempre adelante!”, se decía, “¡Llegó el día, llegó, llegó…!”, se cantaba. Ya no. Esta vez no. A estas alturas del futuro –millones de víctimas más tarde– lo único que cuenta es no reelegir la política de la guerra. Hoy basta con votar por cualquiera que no sea la derecha.
RICARDO SILVA ROMERO
www.ricardosilvaromero.com