Dos veces estuve cerca de Fernando Botero: en un coctel con motivo de una donación de sus pluscuamperfectas obesas en Bogotá, y el pasado jueves 28 en la misa de dos yemas celebrada en esa gorda de la arquitectura que es la Catedral Metropolitana de Medellín que tiene un millón ciento veinticinco mil ladrillos y no pocos fantasmas.
Con media plaza llena, el féretro salió y entró en hombros del respetable que vitoreó al frustrado torero que se ganó la inmortalidad con sus anoréxicos pinceles. No le tocó arzobispo, pues andaba hablando de teologías en Roma. Lo remplazó el obispo auxiliar, monseñor Mauricio Vélez, quien se echó la homilía de su vida. De pronto allí está el embrión de su futuro cardenalato.
No tengo ninguna obra de Botero, nunca me invitó a Pietrasanta, no tomé aguardiente ni escuché bambucos con él, jamás lo entrevisté, pero le coroné foto con mi esposa en el coctel mencionado.
He tocado la gorda de Botero del parque de Berrío porque trae suerte. El dinero pedido cojea pero no llega. A lo largo de los años he padecido los inconvenientes de esa gorda de Botero de la economía que es la inflación.
Frecuenté como él algunos sitios no santos adonde iba el barón domado paisa a perder la virginidad. Como Lovaina, una zona de tolerancia donde “todas las clases sociales perdían las fronteras en una especie de eterno carnaval”. Sostenía Botero. Era el último sitio al que llamaban las esposas cuando sus maridos se esfumaban. Allí terminaba la ilusión de quedar viudas.
En la pintura de una casa de mujeres alegres incluyó un gato sobre el cual discutieron en edificante programa para la emisora de la Tadeo, su director Bernardo Hoyos y el poeta Mario Rivero.
Bernardino aseguraba que el gato se aburría en casa de su amiga Marta Pintuco y Rivero alegaba que el felino vegetaba donde las mellizas Arias, sus anfitrionas. Botero puso orden: el felino ronroneaba en casa de su coach sexual María Duque.
Compartimos un idílico lugar: en nuestras respectivas infancias frecuentábamos el Bosque de la Independencia, el mar Mediterráneo paisa, hoy convertido en Jardín Botánico.
Tenía que darle mis agradecimientos a Botero en su último paso por Medellín así fuera en ataúd. Me habría gustado que al cadáver le hubieran ahorrado el jet lag que genera atravesar el charco...
ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO