Los premios Nobel en ciencias naturales se dan a logros grandes y muy difíciles. Este año pareciera que tres comités distintos, el de medicina y fisiología, el de física y el de química, se hubieran propuesto otorgar el premio a avances imposibles.
El primero fue el de medicina a Svante Pääbo, por la secuencia del genoma del neandertal. Puede no sonar tan extraordinario, pero hay que recordar que el último rastro de un neandertal vivo es de hace 28.000 años. Encontrar cerámica y huesos con esa edad es normal, pero encontrar ADN, y secuenciarlo, se consideraba, con buenas razones, un imposible.
El ADN es una molécula biológica relativamente estable. ¿Pero 28.000 años? Además del normal deterioro de materia viva, era de esperar que la muestra se hubiera contaminado con ADN de otros organismos a lo largo de los años. Reportó primero secuencias del ADN de mitocondria (uno pequeño, en la ‘estación de energía’ de la célula), pero posteriormente logró, uniendo fragmentos, reconstruir el genoma total. Después, en una cueva en Denisova, Siberia, encontró evidencia de convivencia de neandertales y Sapiens con otra especie, los denisovanos, y también secuenció su genoma. En los humanos modernos (Sapiens) quedan genes residuales de esas dos especies.
Otro logro imposible fue el de física, de John Cla, Anton Zellinger y Alain Aspect, quienes demostraron experimentalmente la existencia del enlazamiento (entanglement) cuántico. Durante muchos años fue una discusión más filosófica que científica, porque parecía imposible confrontarla con una prueba experimental.
La ciencia parece haberse apropiado de ese dicho de Cantinflas, quien decía (según dicen) que lo posible lo hacía inmediatamente, y con lo imposible se demoraba un poquito más.
Heisenberg y Bohr pensaban que era una propiedad real del mundo cuántico. Los objetos de ese mundo están potencialmente en estados diferentes que solo se definen cuando se miden, pero al medir uno de los entrelazados automáticamente, el otro define su estado, aunque esté distante.
Einstein pensaba que esa propiedad estaba definida previamente en los dos, pero por alguna razón no la veíamos. Propuso en un experimento mental que, si fuera un hecho cierto, se daría una comunicación instantánea entre las dos partículas, superando la velocidad de la luz; un imposible. La llamó “acción espeluznante” (spooky action). Los premiados demostraron que sí es real.
El tercero fue en química, a Barry Sharpless, y Morten Meldal por la síntesis “click”, y a Carolyn Bertozzi por la “bioortogonal”. Los primeros lograron desarrollar una síntesis química de alta eficiencia, dejando de imitar los enlaces naturales, reemplazándolos por otros, muy eficientes, específicos, con alto rendimiento y menos productos colaterales. Son algo así como el juego infantil Lego, en el que las piezas cuadran en una dirección, pero pueden servir para construir una infinidad de estructuras. El “imposible” lo añadió Bertozzi, quien logró usar el mismo sistema sobre células vivas, sin afectar su funcionamiento.
Ninguno de los tres logros estuvo inicialmente orientado por interés en sus aplicaciones. Los movió la curiosidad y el deseo de entender. Pero los tres ya generaron aplicaciones extraordinarias. De la acción cuántica ‘espeluznante’ se derivan revoluciones en computación y en comunicación. De las químicas click y bioortogonal surgen nuevos fármacos y materiales extraordinarios, polímeros conductores de electricidad, plásticos degradables y muchos otros. El Nobel al arqueólogo genetista ha dado origen a estudios sobre inmunología y el origen de la susceptibilidad a algunas enfermedades.
Para completar la imagen de imposibilidad, este fue el segundo nobel para Sharpless, y Pääbo es hijo de nobel. La ciencia parece haberse apropiado de ese dicho de Cantinflas, quien decía (según dicen) que lo posible lo hacía inmediatamente, y con lo imposible se demoraba un poquito más.
MOISÉS WASSERMAN