Hace un tiempo, mi columna ‘ ‘Ciencia hegemónica’ y ‘justicia epistémica’ ’ generó alguna discusión. En ella me oponía a la pretensión de que el poder impone la ciencia y, por tanto, se genera una injusticia con los conocimientos no protegidos por él. Pedí que me dieran el ejemplo de una teoría científica que hubiera sido impuesta, y que se mantuviera, por el poder. Como racionalista, me bastaría con un único ejemplo para reconocer mi error.
Leí muchos textos en respuesta, unos algo agresivos, pero ninguno me ofreció el ejemplo que me hubiera hecho cambiar de idea. Se plantearon discusiones sobre opresores y oprimidos, sobre identidades privilegiadas, muchas citas, pero nada del ejemplo. Las citas decían que alguien ya había discutido el asunto, pero no explicaban cómo se había demostrado la falsedad de mi afirmación. Extrañé en las respuestas la total ausencia de las palabras ‘verdad’ y ‘hechos’.
Sentí también que había algo de confusión entre lo que es una teoría científica y una doctrina. La doctrina usualmente no explica ni predice, da instrucciones. Una doctrina militar prevalece hasta que la derrotan. La doctrina política se cambia por unas elecciones o un golpe de estado. Una doctrina económica se cambia por una crisis o una quiebra. Las teorías científicas no se revocan, se refutan.
En la columna propuse unos ejemplos dramáticos de teorías que se impusieron contra los poderes dominantes. Otro ejemplo, tal vez menor, pero que muestra qué puede hacer el poder y qué no, es el de Antoine de Lavoisier. Era noble y químico, y murió guillotinado por la Revolución sa. Pero la ‘ley de Lavoisier’ todavía se enseña en los cursos básicos de química porque describe la realidad, y ha sido confrontada con hechos una infinidad de veces. La teoría científica resultó inmune al poder, que, sin dificultades, decapitó a quien la propuso.
Si se reconoce otro conocimiento y se usa, uno estará ejerciendo una apropiación indebida; si se entiende al otro, puede uno estar violando su privacidad epistémica, su derecho a no ser entendido.
Algunas personas (incluso algún colega de las ciencias naturales) me mandaron a instruirme (cosa que agradezco). Para ilustración de los lectores no expertos, la primera persona que planteó el concepto de ‘injusticia epistémica’ fue (hasta donde sé) Miranda Fricker, en su libro Injusticia epistémica: poder y ética del conocimiento (2007). Según ella, esa injusticia se produce (entre otras circunstancias) cuando a alguien no se le reconoce la capacidad de conocer, es malentendido, o su conocimiento no se acepta como válido. Es decir, se comete una injusticia con el terraplanista cuando su teoría no se enseña, en igualdad de condiciones, con la de que la Tierra es redonda.
Las propuestas de Fricker tuvieron resonancia en el círculo (muy pequeño) de su disciplina. Como suele pasar con teorías basadas en construcciones mentales sofisticadas (y algo jaladas de los cabellos), empezaron a surgir propuestas complementarias, cada una más osada que la anterior. Kristie Dotson propuso que la injusticia epistémica es apenas un aspecto de algo más general: la ‘opresión epistémica’. Antes había propuesto la ‘violencia epistémica’, en la que la cultura opresora reprime el conocimiento de la cultura oprimida.
Las cosas aumentaron su nivel de dramatismo con José Medina, quien acuñó el término ‘muerte hermenéutica’ para describir una incomprensión tan profunda que “destruye el sentido de ser del individuo”.
Por otro lado, se ha propuesto también el concepto de ‘privacidad hermenéutica’ que es el derecho a no ser entendido, y también el concepto de ‘apropiación epistémica’, que es el uso del conocimiento de otra cultura. Entonces, si se reconoce otro conocimiento y se usa, uno estará ejerciendo una apropiación indebida; si se entiende al otro, puede uno estar violando su privacidad epistémica, su derecho a no ser entendido.
No hay salida, nos va a comer el tigre.
MOISÉS WASSERMAN