Hace dos días se celebró el Día de los Santos Inocentes. Se supone que conmemora la orden de Herodes de matar a todos los niños varones menores de dos años en Belén, porque sus adivinos habían profetizado que ahí nacería el “Rey de Israel”. Ese hecho histórico no está comprobado –fuera de Mateo, nadie lo menciona–, pero puede ser cierto. A Herodes no le gustaba la competencia, tanto así que ya había asesinado a tres de sus hijos ‘por si acaso’.
En todo caso, esa historia no da para chistes y bromas, ¿por qué entonces se habrá instituido como el día en que uno puede engañar, trampear y reírse de todo el mundo? Una interpretación (bastante forzada) es que se festeja el hecho de que san José pudo escaparse y engañar a Herodes. Pero, en general, las explicaciones parecen un chiste más.
Una posible razón es que a la gente le gusta reírse. Hay muchas teorías sobre la risa y sus orígenes, pero pocas son totalmente convincentes. Unos se inclinan por pensar que es un fenómeno biológico, otros se inclinan más por una explicación cultural. Creo que los dos tienen razón. Como otros fenómenos humanos, surgió como rasgo biológico durante la evolución, pero se debió de haber transformado en la evolución cultural.
Las evidencias de su origen biológico son muchas. Cualquiera que haya visto crecer a un bebé sabe que hacen chistes y se ríen de los chistes de los otros mucho antes de que aprendan a hablar (yo he tenido la suerte de ver el desarrollo de mi hijo y repasar años después con mi nieta). Darwin había mostrado en 1867, en simios, una risa muy similar a esa de los bebés. Hace poco circulaba el meme de un mago que le hacía desaparecer una bolita entre dos vasos volteados a un chimpancé, y este se desternillaba de risa.
No es claro cuál puede ser la ventaja evolutiva; algunos neurólogos dicen que es una liberación de tensión. Pero hay rasgos que no surgen por ser una ventaja en sí mismos, sino como consecuencia de otros. Creo que este puede ser el caso; las risas de los bebés y de los simios se dan por situaciones incoherentes o inesperadas. Lo que se seleccionó fue la capacidad de registrar hechos que se repiten y prever resultados. Uno inesperado genera miedo, o risa, de acuerdo con las circunstancias (por cierto, hay quienes postulan que primero vino el miedo y después, la risa).
Ajustes en la evolución cultural también son bastante evidentes. En San Antonio de Tequendama, por ejemplo, hay una famosa ‘Piedra de la Risa’ con un petroglifo que muestra personas bailando con caras sonrientes. Este debe de tener solo unos 1.000 años, pero en Europa se han encontrado similares que datan del Neolítico.
Textos muy antiguos hablan de la risa. La Biblia, que debió de empezarse a escribir hace 3.000 años, la menciona varias veces. Interesantemente usa dos términos y pareciera referirse a dos fenómenos, que en esa época eran diferentes. Uno, de la raíz tzajak, se refería a la risa divertida, benévola, graciosa. Es la que usa cuando a Abraham y Sara, con 100 y 90 años, les anunciaron que tendrían un hijo (al que llamaron Itzjak –Isaac– por eso). La otra, de la raíz laag, es la burla malévola y despectiva.
En los griegos también existen las dos palabras y los dos tipos de risa: gelan, la risa amable, y katagelan, la burlona y agresiva. Apenas en los romanos se fundieron las dos en risus, y me temo que generó más confusión que claridad. A favor de los romanos hay que decir que inventaron la sonrisa, que es una risa oculta, interior.
Espero que todos los amables lectores hayan pasado una feliz Navidad y que hayan tenido unas cuantas risas amables hace dos días, en el de los Santos Inocentes. A todos les deseo un magnífico año 2023, lleno de venturas y mucho tzajak y gelan; poco laag y katagelan.
MOISÉS WASSERMAN