Mientras en la vía a La Calera la lluvia se convertía en raudal y la delgada capa vegetal cedía a su fuerza, la sinuosa vía a la virgen de Guadalupe, el páramo de El Verjón y Choachí, a pesar de estrecha y vetusta, no desbordaba una gota desde sus mínimos desagües, el aire rezumaba olores de bosque nativo, el tránsito fluía, y fluye. La evidente diferencia está en la calidad y cantidad de bosques nativos que las flanquean, entre otros.
Y siendo así: ¿tomó por sorpresa a CAR y Alcaldía que el bosque intacto de El Verjón protegiera el entorno, mientras que el deterioro del bosque nativo de La Calera favoreciera la hecatombe que puso en jaque la vía, se cobró varias vidas y bloqueó la microeconomía regional? No se explicaría cómo, si hace solo dos semanas una acacia enorme se derrumbó sobre la vía y desveló la fragilidad del bosque donde era posible ver lodo y tierra rodar lentamente cada mañana, entre otras evidencias recientes.
Sucedió en Bogotá, como dijo Gabo que pasó en Macondo, “la lluvia creció como un árbol inmenso sobre los árboles” y nadie dijo nada hasta que los ahogados empezaron a flotar entre las aguas, con literal y no ficcional crudeza. A esta hora la CAR no ha dicho esta boca es mía, no obstante que la Constitución del 91 consagró la protección del medioambiente como pilar esencial para el desarrollo socioeconómico, ley y jurisprudencia reiteradas le ordenan proteger la “Reserva Forestal Protectora del Bosque Oriental de Bogotá”, constituida desde 1977 con cerca de 14.000 hectáreas que bordean Usme, San Cristóbal, Santa Fe, Chapinero, Usaquén, llegan a los Llanos, pero más allá, en abierta desatención a la prioridad que el actual gobierno le asigna al medioambiente.
Si bien es cierto que las lluvias que asolan al país superan las proyecciones del Ideam, lo es también que la CAR anuncia en comunicados de prensa cómo periódica y cumplidamente visita analiza y sanciona para velar por estas áreas, pero ¿qué es lo que gestiona? El bosque nativo fue barrido y remplazado en un área enorme por pinos, especie foránea que erosiona el suelo, las 60 o 70 invasiones presentes en la reserva arrasaron musgos, arbustos y árboles, que silenciosos pero eficaces, como en la vía a El Verjón, mantenían en su lugar las aguas y la tierra que son los cerros.
¿Por qué no se gestiona, por ejemplo, desde los viveros de la CAR la siembra masiva de bosque nativo y la sustitución gradual de especies foráneas?
Sería injusto endilgarle a la alcaldesa la brutal deforestación en el trecho de 7 kilómetros que va de la 85 con 7.ª hasta el alto de Patios, o la ausencia de acción eficaz de la CAR, pero breves acciones reactivas no pueden pretender remplazar la gestión pública proactiva que ha hecho falta y que hubiese prevenido o mitigado al menos estos deslizamientos. Si esto hubiese sucedido en horas de la mañana, estaríamos buscando y contando muertos por docenas. Lo que más debe preocupar ahora es que el invierno arrecia y podría seguir una avalancha de consecuencias impensables.
¿Por qué no se gestiona, por ejemplo, desde los viveros de la CAR la siembra masiva de bosque nativo y la sustitución gradual de especies foráneas? Con certeza, la gente acudiría gratuitamente a sembrar bosques, pero para que eso suceda es indispensable que haya liderazgo, voluntad y gestión pública.
Alcaldesa, allí hay una clara oportunidad. Director de la CAR, queremos oírlo, ¿cuál es el plan? En esta reserva hay fauna, fuentes de agua, se limpia el aire de la ciudad, vive y transita mucha gente ahora en alto riesgo. Es hora de intervenir y evitar una tragedia de grandes proporciones en el corazón del país.
De paso, bien harían en ampliarle unos metros a la vía para que cesen los accidentes con ciclistas, que son pan de cada día. A diario circulan miles en una lucha perdida por compartir la vía con vehículos de motor. La interacción de unos con otros es riesgosa y no pocas veces fatal. El momento es ahora.
MAURICIO LLOREDA