Antenoche el presidente Biden se anotó un triunfo como de general romano regresando victorioso de los frentes de batalla, que no le faltan: la guerra rusa en Ucrania, el covid-19, la economía, haber perdido la mayoría en la Cámara de Representantes, tener como principal contendor al aún popular expresidente Trump y parte del Partido Republicano, el aumento de la criminalidad, la migración y la frontera con México, sumado a los casos de brutalidad policial –el más reciente, lamentable y despreciable, a manos del ahora clausurado grupo policial Escorpión, y lo hizo afirmando que con democracia todo es posible y sin ella, nada lo es. Tiene razón.
Biden está detrás de que Putin haya sufrido derrota tras derrota. Putin no contaba con la solidaridad del mundo y el rechazo de Occidente a cualquier tipo de tiranía. El covid bajó su letalidad. La economía, flagelada por el virus, guerra e inflación, generó una recesión, pero cede y aun cuando causó estragos, doce millones de nuevos empleos y políticas expresadas en leyes prácticas y claras, como la de infraestructura o innovación, para regresar la producción de microelectrónica a Norteamérica, con asignación de dos trillones de dólares, permitieron a Biden dar parte victorioso. Y aunque hubo ataques republicanos, el afilado florete de su larga experiencia política superó con humor, gracia y acierto la atípica dinámica del hostil contrapunteo.
Los frutos son tangibles: el año pasado diez millones de americanos abrieron pequeñas empresas y tuvieron a crédito, quizás el mejor indicador de fe y esperanza en un país que obliga a reflexionar con mucha cautela, porque si las pymes no sobreviven acá, el empleo y la fe se van al traste; la mayor alza de intereses de la historia colombiana sucedió en diciembre pasado, lo que exige manejo económico prudente y austero, como ha sido la acertada tradición en este país.
Mr. Biden no la tiene fácil. Si es reelegido, al final del segundo período tendría 86 años. Así, voces de su propio partido le piden hacerse a un lado. Durante el resto de su mandato la Cámara de Representantes le hará la vida difícil, pero él llamó a la acción bipartidista mencionando 300 proyectos de ley radicados en consenso, para mostrar cómo es viable alcanzar acuerdos y continuar por esa senda. Buen ejemplo.
Aunque hubo ataques republicanos, el afilado florete de su larga experiencia política superó con humor, gracia y acierto la atípica dinámica del hostil contrapunteo.
En el álgido tema de la migración planteó asegurar fronteras y captar inmigrantes esenciales, que se beneficien y al país. En asunto de drogas mencionó el fentanilo (opioide sintético 100 veces más fuerte que la morfina), como centro de lucha. Y aunque nadie esperaba que mencionara el caso Cienfuegos, cubierto en amplio reportaje de The New York Times por Tim Golden, es importante tenerlo presente, porque contiene un símil de lo que podría pasar en Colombia si se sigue aflojando en esa lucha: jaque a las instituciones y largos brazos del narco dentro de la institucionalidad, que en el caso referido al parecer trajeron un duro chantaje con el tema migratorio y más allá, un bloqueo a la DEA, asuntos de ecos aún incalculables.
“El pueblo nos envió un mensaje poderoso, Let’s finish the job”, repitió Biden en varias ocasiones, terminemos el trabajo, y subrayó que la historia de Norteamérica ha sido una de progreso, resiliencia y de jamás rendirse, que hace pensar en nuestro país, resiliente y luchador como, o más que aquel.
Y durante el discurso lanzó frases que hacen eco en cualquier democracia: “No es el ejemplo de nuestro poder lo que cuenta, es el poder de nuestro ejemplo”, y en verdad, lo que emana de la casa del presidente lanza luz o largas sombras en la vida de un país. La Unión sigue fuerte, porque el alma de la nación sigue fuerte, y ese es el estado de nuestro más sólido aliado.
P. S. Veinte años del criminal ataque al Nogal, recordado con tristeza e indignación, firmeza y fe en la democracia.
MAURICIO LLOREDA