Que el encuentro Biden-Petro saliera mal, era prácticamente imposible. Se trataba de una cita protocolaria e improvisada donde era seguro que rondarían la amabilidad y las frases de cajón, como “gran alianza bilateral”, “trabajo conjunto por un continente unido, igualitario y próspero”, y “agenda común” con tres temas nada novedosos: lucha contra el narcotráfico, cambio climático y relaciones con Venezuela.
Noticia grande fue que Petro llegó a tiempo, tal vez por el consejo que le dio al aire la excelente corresponsal de RCN Televisión en Washington, la bella María Molina, con gran desparpajo. El Presidente tampoco, como le es usual, se sentó desgonzado en la silla del salón oval. La duración del encuentro no fue muy superior al promedio, hora y media, lapso que transcurrió fluido porque tanto a Biden como a Petro les priva hablar y oírse hablar. Puede ser que, en su mesianismo, Petro crea que en este momento EE. UU. nos necesita más a nosotros que nosotros a ellos. La pura verdad es que en el conflicto geopolítico en el que está sumido EE. UU. con Rusia y con China, a EE. UU. no le interesa que a Petro le dé por cambiar de bando y por eso le aplicaron un poco de ‘baby sitting’.
Y con tanta lambonería, por una visita que interesa mucho más en Colombia que en EE. UU. (de hecho, ningún periódico importante de allá, salvo el ‘L A Times’, la registró), los analistas muchas veces no desmenuzamos bien los resultados de tales encuentros. Por eso la pregunta es: ¿qué trae en concreto en su valija el mandatario colombiano?
Y aunque puede que lo de Biden no haya salido mal –era imposible, como dije atrás–, la relación con los republicanos y ciertos parlamentarios demócratas claves en la relación con Colombia sí se nos avinagró. Les había producido mucha desazón que, en visita previa, el canciller Leyva calificara las ayudas de EE. UU., de más de 20 años a Colombia por más de 13.000 millones de dólares, como “unas limosnas”.
Pero también les cayó pésimo que Petro viajara con la encomienda de pedirle a Biden levantar las sanciones contra Venezuela, que consideran una narcodictadura. Por ese mandado la respuesta que recibió Petro fue: primero las elecciones y después las sanciones.
El otro avance que pretende reclamar es que Biden haya aceptado que no se perseguirá a los pequeños campesinos sembradores. A cambio de ello, Petro pidió ayuda en lanchas y drones para adelantar mayor interdicción en el tráfico de cocaína. A puerta cerrada, Biden tuvo que advertirle a su homólogo que allá les preocupa la falta de planes concretos en la lucha contra el narcotráfico, pero aceptan dar un compás de espera, mientras los implementamos.
En cuanto al cambio climático, como gran logro, el Presidente colombiano asegura que de EE. UU. se trae una donación de 500 millones de dólares para la recuperación de la Amazonía. La verdad, reciclados, porque son los mismos que ya le había ofrecido a Lulla a las 8 de esa mañana, no solo para la Amazonía, que en un 60 por ciento es de Brasil, sino para reforestar al país. Y en cuanto a que Petro logró imponer su tesis de que el FMI cambie deuda por cuidados climáticos, no es que la idea no sea factible de implementar algún día, pero que Biden le haya dicho que sí, imposible. El Presidente de EE. UU. no tiene autoridad para aceptar eso a nombre propio en una conversación improvisada. Lo máximo que probablemente pudo decirle con cordialidad a Petro es que era una idea interesante y que la haría analizar.
Lo que dice mucho es que Petro se hubiera dejado que lo pusieran a firmar un comunicado conjunto de la visita, donde se lee que tanto Colombia como EE. UU. condenan “todos los autoritarismos, incluyendo la invasión rusa a Ucrania”. ¿Dónde quedó la tal neutralidad de Petro? Biden también tiene sus líneas rojas…
Finalmente, las redes están calientes con frases que Petro les soltó a los estudiantes de Stanford. Citan la siguiente joya (minuto 31:30 conferencia): “El reflejo químico en la atmósfera de la acumulación ampliada del capital es el crecimiento químico de los gases efecto invernadero y por lo tanto del cambio climático. La crisis climática es un efecto lógico de la acumulación del capital. Por tanto, su efecto final es la extinción de la humanidad. Y si le agrego conceptos económicos de la economía del siglo XIX, como la composición orgánica del capital, creciente en términos de que el capital fósil cada vez es mayor respecto de la fuerza viva del trabajo, o el capital fijo que cada vez demanda niveles mayores de dinero atesorado para mantener estructuras del capital fósil como los vehículos a gasolina que necesitan de carreteras o los aviones de aeropuertos o el concepto de rotación del capital, que es el que hace en la medida en que se vuelve más veloz aumentar los niveles y volúmenes de ganancia, encontraré la misma conclusión”.
Dice CNN que la traductora de Stanford se sintió incapaz de trasladar tales conceptos al inglés.
MARÍA ISABEL RUEDA