Desde el día mismo de la posesión, el actual presidente Gustavo Petro ha desplegado un evidente desdén por temas graves de violencia contra la mujer. Teniendo en cuenta el pasado tumultuoso del señor Petro con el imperativo moderno de cero tolerancia frente a la violencia machista, no sorprende que las políticas para proteger a mujeres abusadas brillen por su ausencia en su gobierno: no ha habido un solo proyecto que se haya materializado en favor de mujeres víctimas de la violencia machista.
No sería reprochable, si no fuera porque parte estructural de su bandera fue reivindicar los derechos de la mujer, de la mano de la gran lideresa afro, y hoy vicepresidenta, Francia Márquez. Miles de mujeres votaron por un proyecto político que, a día de hoy, no ha pasado de promesas de campaña. Este flagrante rechazo a un modelo de sociedad moderno sugiere que el progresismo que enarbola el primer mandatario es más bien anacrónico y perpetúa esa noción falsa de la superioridad del hombre, enmarcado en un desdén innegable por la precaria situación de la mujer.
Su progresismo es, pues, más de corte decimonónico, donde el hombre salvaba la patria desde altos cargos gubernamentales y la mujer debía ser sumisa consorte, sonriente y dispuesta a satisfacer las necesidades estomacales, emocionales y reproductivas del marido, soportando golpizas y abusos en silencio.
Un gobierno de izquierda, en pleno 2023, no puede hacer oídos sordos a denuncias por violencia machista, no después del fenómeno de #MeToo y de #NiUnaMás.
El suyo es un progresismo de espaldas a la más elemental noción moderna de la equidad de género que incluye banderas contra la violencia machista en todas sus formas (acoso, abuso sexual, intimidación, violencia física, emocional, económica, revictimización, violencia obstétrica y un largo etcétera).
El señor Petro, como lo ha demostrado ampliamente, le está entregando el país en bandeja de plata a la más cavernaria derecha, pues al negar políticas feministas acabará con al menos el 50 % de apoyo en las urnas en una potencial elección de otro miembro de su colectividad.
Este desdén por la gravísima situación de violencia contra la mujer en Colombia, sumado a los múltiples escándalos que hoy brotan de su gobierno, pueden ser la razón por la que su gran opositor, Uribe, esté cruzado de brazos, defendiéndolo incluso, mientras ve cómo su gobierno se cae a pedazos sin que la oposición tenga que mover un dedo.
Este primer logro de la izquierda por gobernar Colombia ha sido, francamente, una absoluta vergüenza, donde los escándalos, los favoritismos, la improvisación, la resistencia a implementar políticas afines a la modernidad pueden privar a futuras generaciones de gobiernos centrados en los derechos humanos y en la democracia. El petrismo, afincado en la repartija del poder, ha respaldado incluso a su escudero en medios, Morris, a pesar de las múltiples denuncias y acusaciones por violencia de género en su contra. Un gobierno de izquierda, en pleno 2023, no puede hacer oídos sordos a denuncias por violencia machista, no después del fenómeno de #MeToo y de #NiUnaMás. Le quedan unos años al presidente para desfacer el entuerto, si es que en algo respeta a sus electores, y si es realmente consciente de lo que le favorece a Colombia, por encima de lo que pueda favorecer su carrera política, a las amigas de su esposa y a sus aliados políticos.
MARÍA ANTONIA GARCÍA DE LA TORRE