Arrancó ayer el Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá, con 29 montajes extranjeros y 19 colombianos. Estas expresiones culturales siempre serán un maravilloso remanso espiritual. En este país que aún huele a chamusquina, después de las elecciones del domingo, el festival llega como la lluvia para apagar los incendios forestales.
Necesitamos todo lo que apacigüe los ánimos. Porque la señora ira anda suelta. Vivimos cargados de tigre. En estos días un conductor y un transeúnte en Bogotá se agarraron porque el uno se atravesó y el otro tuvo que frenar y lo ha podido matar. “La culpa es suya”. “No, suya”. “La suya”. “La suya, que es de cabuya”. “No sea hijuepuya”. Y se arman las tragedias. El grupo de teatro de calle Intolerancia es el más exitoso aquí.
Por eso el Festival es una tregua y nos saca un poco de la política, que es comedia, tragedia, sainete, drama, teatro en la sombra, entremés, entre más, farsa y pantomima. Es una carpa con grandes autores de tragedia, como Esquilo, Sófocles o Eurípides. O ‘Uribípides’, que puede pasar fácil de lo dramático a titiritero.
Qué bueno que en medio de dificultades y de tensiones el Festival suba el telón, que, además de oasis, de esparcimiento, de empleo y turismo, es buena imagen para Colombia. Al cumplir sus 30, es más que justo que Argentina, la nación de la inolvidable Fanny Mikey, sea el país invitado. Y vienen románticos; traen, por ejemplo, 'Quiero decir te amo'. No la he visto aún, pero allí una mujer escribe muchas cartas de amor. Qué bien, pues a estas ya las están acabado el correo electrónico, el Twitter y el ‘fasebrut’. Aquí, las únicas cartas de amor son las que le están llegando a Santos en gratitud por alcanzar la paz con las Farc, que por fin dejaron el teatro de operaciones.
Este país necesita tolerancia. La música, en todos sus géneros, es una expresión artística que, como la comida, como la poesía, como la literatura, es un gusto, una pasión y un símbolo de libertad.
Por Colombia hay una obra imperdible, como para que la vea toda Bogotá, o mejor, todo el país. El título ilusiona, hace soñar. ¿O reír?: 'En este pueblo no hay ladrones'. ¿Dónde queda? Porque en este sí hay. Y la justicia es una farsa.
Hay que respaldar el teatro, porque es apoyar el arte, el ingenio, la risa, el esfuerzo de quienes se dedican, a veces con las uñas, a hacernos más llevadera la vida. Eso es lo que logra también la música.
Por eso, este cuerpo sandunguero estará el próximo fin de semana en
Estéreo Picnic. Yo, carranguero de corazón, y criado al compás de bambucos, torbellinos y pasillos, que defiendo a morir, de conciertos solo recuerdo haber visto a Antonio Aguilar –“yo soy el aventurero y el mundo me importa poco”– en la plaza de toros y al maestro Jorge Velosa, en el Colón. Ahora estoy preparado con mi sombrero borsalino, mi ruana de lana virgen, debajo de la cual llevaré mi droguita. O sea, aspirineta y urocuad, pues el ácido úrico me molesta una gota.
He criticado unas letras, pero eso no me impide volear ruana a ritmo de champeta, salsa, rock alternativo, hip hop, electrónica, rap o pop –que lleva urban, dance y folk–, parces, o sea. Y allí se puede disfrutar también la bella música del Pacífico, entre otras. Todo ello nos saca del estrés y del odio, que nos dan por el hip jopo.
Este país necesita tolerancia y paz. La música, en todos sus géneros, es una expresión artística que, como la comida, como la poesía, como la literatura, es un gusto, una pasión y un símbolo de libertad, my friend poodle, como decían dos perritos. Así que, parceros, bacano pasar del teatro al Estéreo Picnic. Full programa. Hasta estoy que me rapeo. Están Killers, pilas, / no soy un bobo / vienen Gorillaz / también Bonobo. You, you.
¿Verdad que es cuestión de respeto? Todos cabemos. Viva la música. Así debería ser en todo, queridos políticos. Voto por el que apoye el arte. You, you.
LUIS NOÉ OCHOA