Cuando el pesimismo se apodera del futuro de la globalización, resurgen iniciativas y líderes viejos, con riesgos geopolíticos ya conocidos. Lula reencaucha los Brics, acrónimo creado en 2001 por un economista de Goldman Sachs para señalar los cuatro mercados, Brasil, Rusia, India y China, que pesarían en este siglo. Sudáfrica apareció en 2010. Tienen más de cien millones de habitantes cada uno y una economía agregada del tamaño de la norteamericana.
Cuando O’Neill los inventó, estaba fresco el final de la Guerra Fría y 'El fin de la historia', de Fukuyama, no cumplía una década. No era evidente que Rusia volviera a las andadas imperiales, que se agriase su relación con India, o que invadiese Crimea y Ucrania. China ya era una potencia global, pero estaba en el juego de cooperar con Occidente y competir en lo económico agresiva pero racionalmente; la mano de hierro de Xi y su obsesión de unidad territorial, también imperial en Taiwán y Hong Kong, no habían aparecido con tantos tintes militares de confrontación global. India no había sobrepasado a China en población, ni se habían deteriorado su sistema democrático y su unidad territorial; juega a acercarse a Rusia y a EE. UU. al mismo tiempo, defiende sus propios intereses de nueva gran potencia y aluniza con éxito.
Queda Brasil, buscando puesto permanente en el Consejo de Seguridad y con el vicio de querer imponer con aires de superioridad su política exterior a toda América Latina. Y Sudáfrica, que es impotente para defender derechos o democracias incipientes en buena parte de su continente; ejercita militarmente con su proveedor, Rusia.
Ni México ni Marruecos entran. Lo hacen emergentes de segundo y tercer orden como Etiopía, Irán y Argentina, esta sin saber si ganando Milei ratificará su membresía. También Egipto, los Emiratos y los saudíes. ¡Qué ramillete!
En el papel los BRICS eran llamativos. En realidad, son una instancia ahora más lánguida para tomar partido contra Occidente asumiendo los intereses de Rusia, India y China, por ejemplo en tecnología 5G, como propios del mundo en desarrollo donde todavía figuran Brasil, India y Sudáfrica. No son cooperación económica: son ánimo de derrotar a EE. UU. y Europa reemplazándolos forzadamente. Los BRICS, con la sagacidad velada de Itamaraty, ahora ahondan en política, no en comercio: se autodesignan mediadores en la invasión a Ucrania por parte de uno de los suyos, y al mismo tiempo proponen que Crimea se le otorgue a Rusia: “Es como si Zelenski le sugiriera a Lula darle el Río Grande del Sur a Argentina”, dijo un diplomático de EE. UU. Crean un banco multilateral, acarician una utópica moneda común y coordinan sus “programas espaciales” para influir, con los intereses rusos, indios y chinos, en la geopolítica de nuestros días.
Putin, con Wagner enervado por la muerte sospechosa de su líder, no fue a Johannesburgo ante el riesgo de arresto por la I; Rusia fue suspendida de la Ocde el año pasado; el cohete ruso lanzado para alunizar se estrelló; el rublo cayó a mínimos de una década; el petróleo ruso se da a China, India y Turquía al 30 % de su cotización; Moscú sabotea el abastecimiento de granos al África; la invasión a Ucrania no le favorece.
China, al borde de la recesión y acuartelada en la frontera con India, hace ejercicios militares en Taiwán para notificar que manda en el Pacífico y que se pasa por la faja las alianzas con EE. UU.
Belisario Betancur y Rodrigo Lloreda, en medio de negociaciones con las Farc, nos afiliaron a los No Alineados en 1983 para notificar a EE. UU., la URSS y Cuba, en plena Guerra Fría, que nuestros intereses geopolíticos no eran a favor de una de las partes sino de la cooperación global manteniendo la pertenencia a Occidente. Allí nos fue bien durante treinta años.
Aceptar la “invitación” de los BRICS notificada con sonrisa por el minhacienda Bonilla es tomar partido en contra de los intereses nacionales.
Ojalá en reciprocidad al Canciller no le dé por dirigir la economía.
LUIS CARLOS VILLEGAS