En 2021 se conjugará un raro verbo: retirarse. El poder y la vigencia son aspiraciones milenarias de los líderes que fueron, son y serán. Mantenerlos después de la muerte es con frecuencia una obsesión que se trata de construir durante la vida. Epitafios y mausoleos, leyes y sistemas de gobierno, memorias y empresas, monumentos y ciudades, bibliotecas y obras públicas, topónimos y épocas artísticas, de todos se abusa para salvaguardar la memoria del líder, desde Amenhotep hasta Chávez, pasando por Alejandro, Napoleón, Washington, De Gaulle y Deng.
La pregunta es si su nación fue o no mejor al terminar su influencia. Egipto fue más potente con los faraones que después de ellos, cuando llegaron los macedonios. Grecia fue potencia global bajo Alejandro. Francia lo fue con Napoleón y De Gaulle. China se transformó en superpotencia con Deng. EE. UU. siguió la estrella de Washington, hasta perder el rumbo con Trump y tratar de recobrarlo con Biden.
Venezuela no fue mejor con Chávez. Cuba, ‘in genere’, no es mejor que antes de los Castro. Se ha retirado el menor, Raúl, después de más de sesenta años de vida política, de la mano de su noctámbulo hermano, ya fallecido. Tengo en mi memoria al caribeño afable y zorro, autoritario y estratega, gran soporte de la negociación de paz con las Farc; le hizo seguimiento con interés y respeto, siempre al día; nos hizo tomar a los negociadores del Gobierno las medidas por su sastre personal, para dotarnos de guayaberas de manga larga, como se debe; nos las entregó en las infinitas escalinatas del Capitolio de La Habana, que subía aprisa Raúl, de dos en dos, a sus ochenta y cuatro años.
Más allá de la anécdota y del papel de Cuba en nuestros conflictos y esfuerzos de paz, la isla no es hoy mejor que hace 60 años. La Guerra Fría y las aventuras militares en África y Latinoamérica debieron derivarle ganancias geopolíticas más robustas que las de hoy, como su capacidad médica y de inteligencia de última generación. Las demás terminaron con la caída de la URSS, aumentando pobreza, aislamiento y conflicto con EE. UU. Rusia ha hecho esfuerzos por mantener una “relación especial”, con costos inalcanzables. Guarda más bien esa relación privilegiada, protegiendo y participando en la explotación de los recursos que posee Venezuela, hipotecados a China y Rusia, con beneficios para Cuba.
Los Castro vieron en Venezuela su salvación: petróleo gratis, comida barata, campo propicio para su dogma y para reentrenar y asalariar médicos y técnicos revolucionarios, 150.000 soldados con algunos juguetes de alta tecnología, y un papel más cotidiano en Latinoamérica. Con consecuencias en Colombia y Centroamérica, los acontecimientos venezolanos en las manos temblorosas e impotentes del presidente Maduro se deciden en La Habana. La presencia cubana define lo que es Venezuela hoy: éxito autoritario, fracaso histórico y riesgo regional. Unas buenas relaciones colombo-cubanas son esenciales ahora con el sucesor de los Castro, Díaz-Canel.
Otro retiro es el de Angela Merkel. Alemania es mejor con su paso por el poder durante 16 años: está integrada a la comunidad internacional; apegada y dirigiendo la Unión Europea; tecnológicamente poderosa; sana financieramente, con pobreza ínfima, pocos militares para su tamaño, educación de calidad y democracia a prueba de auditorías. Tiene problemas, sí, como todos: drogas, delincuencia, nostálgicos del imperio, y extremistas, pero que no empañan la imagen de la gran Alemania de hoy, distinta a la autoritaria y cruel de siglos anteriores. Deja Merkel, gran mujer, sucesor en su partido; será canciller, en la misma senda de progreso y respeto por las reglas.
Hay diferencias entre Raúl Castro y Angela Merkel, ambos ya en las páginas de la historia, con juicios opuestos por la influencia sobre sus pueblos, pero hay políticos que consideran que lo importante es el juicio histórico, no cómo les va en él.
LUIS CARLOS VILLEGAS