Me fue mal en las pasadas elecciones. Voté en la primera vuelta por el candidato del Partido Liberal, Humberto de la Calle, pero, como su ‘glorioso’ partido le volteó la espalda, la derrota fue inevitable, y yo perdí mi voto. Y como a mí no me interesaba votar por alguien propuesto por Álvaro Uribe –quien está consagrado a escala nacional como el político más ambicioso y más peligroso–, y mucho menos me interesaba votar por Gustavo Petro –prepotente agitador de masas y pésimo , como quedó demostrado cuando fue alcalde de Bogotá–, decidí votar en blanco. Era la única manera de demostrar mi antiuribismo y mi antipetrismo. Además, estaba convencida de que habría una copiosa votación en blanco, que podría tener interesante peso político.
Craso error. Volví a equivocarme y a perder mi voto. Lo perdieron también políticos de primera categoría como Humberto de la Calle, Sergio Fajardo y Jorge Robledo, quienes, con tiempo, habían anunciado que votarían en blanco. Al final, el voto en blanco, muy razonado y muy explicable, tuvo poca resonancia. Solo 808.368 ciudadanos votamos en blanco, cifra que por ahora no tiene peso alguno. Sin embargo, seguramente servirá de colchón de apoyo para que Sergio Fajardo, que estuvo a un paso de llegar a la segunda vuelta, empiece desde ya a rebullirse para jugar papel principal en 2019, cuando habrá que elegir gobernadores, alcaldes, diputados y concejales.
Que Duque hubiera ganado con 10’373.080 votos y Petro llegara de placé con 8’034.189 demuestra que Colombia vive una nueva realidad y es necesario comenzar a hacer cuentas. Porque si Iván Duque, tan joven como los mandatarios de Francia y Canadá, ganó con apoyo de tantos millones de colombianos, quiere decir que se le salió de las manos Álvaro Uribe, puesto que a su victoria contribuyeron ciudadanos conservadores, liberales, de Cambio Radical, de ‘la U’, del Mira, cristianos, independientes, sin partido, o simplemente antipetristas. De manera que, pensando con el deseo, creo que Uribe ya no tiene la sartén por el mango. Ya no puede dominar a Iván Duque. Además, parece que el presidente electo está actuando por su cuenta y riesgo. Ha demostrado ser un hombre conciliador, dice que no tiene odios ni rencores; su corta vida política no tiene tacha, y ha ofrecido gobernar sin espejo retrovisor y en beneficio de todos los colombianos.
Mientras Santos hace maletas y deja muchas más obras de las que le reconocen, Iván Duque se prepara para manejar un país lleno de problemas y necesidades.
Al margen de estas reflexiones, me llamó la atención que en la noche de la victoria, cuando Duque echó su primer discurso como presidente electo, no hubiera uribistas acompañándolo. Con él estaban la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez y su esposo; la familia de Duque: su mamá, su esposa, sus hijos, sus suegros, y unos cuántos desconocidos. Pero no había uribistas de cabecera, de esos que no desamparan a Uribe ni a sol ni a sombra. ¿Fue una ausencia programada o hubo celos inocultables? En todo caso, cuando Duque celebraba su victoria, los televidentes no vimos al uribismo felicitándolo.
Pensando en temas más serios, es necesario pensar en el Congreso de la República, a donde regresa como senador, en virtud de nuevas disposiciones, el excandidato presidencial Gustavo Petro. Se sabe que regresa con todas sus baterías a hacer lo que sabe hacer: investigar, perseguir corruptos, denunciar. Y, como en ese recinto ha reinado ahora Álvaro Uribe, los encontrones serán de película. Porque Petro, con 8 millones de votos entre pecho y espalda, declaró que no se siente derrotado. Y, como su plan es fortalecer su candidatura para ser presidente en 2022, los enfrentamientos entre esos dos gallos de pelea serán de alquilar balcón.
Mientras Santos hace maletas y deja muchas más obras de las que le reconocen, Iván Duque se prepara para manejar un país lleno de problemas y necesidades. Ojalá le vaya bien. Ojalá no sufra críticas tan injustas como las sufrió Santos por cuenta de Uribe.
LUCY NIETO DE SAMPER