Cuando mi mamá nació, hace tan solo unas décadas, estaba prohibido que las mujeres votaran. Se pensaba que eran emocionalmente influenciables y no tenían la preparación suficiente ni la capacidad de tomar decisiones razonables; por tanto, se ponía en riesgo la estabilidad del país. Tampoco podían correr maratones ni practicar ningún deporte de fondo, pues la disciplina y el compromiso necesarios iban en contravía de la familia. Ser empresaria y tener autonomía económica antes de la Constitución del 91 representaba un desafío ante las inmensas barreras legales y los profundos estigmas sociales.
Pocas fueron las mujeres pioneras que se atrevieron a hacerlo, y excepcionales las empresas fundadas y lideradas por mujeres que aún sobreviven. Entre esas, la agencia de comunicaciones estratégicas que creó mi mamá en 1981. Ella es brillante y experta en su campo, pero aprendí desde el ejemplo que esto no era suficiente: para que mi voz e ideas realmente fueran valoradas y acogidas, era necesario argumentarlas mejor, prepararse más, tener más carácter, ser más amable, más innovadora, más nerd. Así que nunca he dado por sentado un rol de liderazgo, menos aún en una junta de dirección.
Una mesa donde aún es común escuchar comentarios impactantes como: "Es una lástima que no haya tantas mujeres preparadas como tú", "hay exceso de hormonas/falta de testosterona”, o incluso se cuestione, como me sucedió hace poco, de dónde saco el tiempo para cuidar a mis hijos. Diferentes épocas, mismos argumentos.
Hay que construir un país que tenga más mujeres liderando, mientras se genera un valor diferencial para sus negocios.
Sesgos arraigados que explican por qué, a pesar de que 6 de cada 10 personas graduadas en estudios de posgrado en Colombia somos mujeres; de que el 52 % de las empresas creadas en 2024 fueron fundadas por emprendedoras y empresarias; y de que representamos la mayoría del mercado potencial, la participación en juntas directivas apenas ha alcanzado el 23 %. Aunque esta cifra representa un avance significativo en comparación con cinco años atrás (cuando tan solo llegaba al 15 %), los avances están en desaceleración y aún están muy lejos de la meta del club del 30 %, que impulsa la conformación de juntas de dirección equitativas en el entorno empresarial.
No se trata de cumplir una cuota. Es un cambio de mentalidad, donde los accionistas vean que aumentar la participación de mujeres en sus juntas no solo es una buena práctica de gobierno corporativo, sino que nuestras voces, conocimientos y criterios plurales son buenos para el negocio. En esto coinciden las Big 4, las cuatro principales consultoras empresariales del mundo, que, como McKinsey, en su estudio 'La diversidad importa aún más', analizó los resultados financieros de 1.265 empresas, demostrando que aquellas con una alta composición de mujeres en cargos de dirección tienen una brecha de rendimiento económico del 39 % superior.
Juntos por las Juntas es una apuesta de hombres y mujeres, liderada desde el Cesa, para que en esta temporada de Asambleas Generales de Accionistas nos acerquemos al sector empresarial para entender la importancia de esta pluralidad y que juntos aceleremos los avances, construyendo un país que tenga más mujeres liderando, mientras se genera un valor diferencial para sus negocios.