Ahora que tantos repiten (con cierta razón) “OJO con el 2022” y ya que el mentado 2022 ha llegado, es hora de poner los puntos sobre las íes y decir que a veces se nos van los días repitiendo el mantra de los políticos, en vez de repetir el mantra de los ciudadanos.
Basta con mirar hacia una de las regiones de Colombia que más genera riqueza, pero que hoy está convertida en una olla a presión con el riesgo de explotar en cualquier momento: el sur del Valle y el norte del Cauca.
Aquellos políticos reduccionistas, que nos quieren hacer creer que lo que pasó el viernes con el abominable y condenable atentado contra el transporte de los del Esmad es un problema exclusivamente del alcalde de la ciudad, sin duda logran mucho en su trabajo de conseguir votos, pero le hacen un daño tremendo a la región tapando lo que cada día se hace más y más evidente: esa zona del país está a merced del narcotráfico y los grupos armados organizados ante la mirada impávida del Gobierno central.
Si usted va a Cali, la opulencia evidente en las calles parece inverosímil: carros de alta gama se ven como si se tratara de cualquier avenida de Los Ángeles, California; tiendas de lujo como si estuviera uno en Madrid (España); hay dinero a borbotones cuyo origen, en muchos casos, no es nada claro.
En cambio, sí es claro que algo grave, muy muy grave, se está dando en los territorios del norte del Cauca y el sur del Valle, donde cada día es más importante la presencia de grupos ilegales dedicados al narcotráfico que, a punta de amenazas o invasión de terrenos privados, no solo garantizan los corredores para sacar la droga del país a través de caminos que pasan fácilmente de la cordillera Central hacia el Pacífico sino que, además, han logrado un asombroso control territorial.
El terror y la angustia se han apoderado de la región. Tan grave es el asunto que las comunidades indígenas, junto con los grupos afro y los empresarios de la región, se han unido para hacer frente a una situación que podría convertir (¿o ya se convirtió?) a esa región en tierra de narcos.
Dirán algunos que la verdad es que son los mismos indígenas quienes están entregados al narco. No. No es así. Ese es el discurso de los políticos reduccionistas. Si habla usted con los grandes empresarios de la región, se dará cuenta de que esa no es la verdad: los mismos indígenas están asustados porque los ilegales los están sacando del territorio, es decir, que ni ellos se salvan de lo que está pasando en ese sector.
¡OJO con el Valle y con el Cauca! A ver si pasa algo en vez de seguir contando heridos y muertos. Mientras tanto, los reduccionistas seguirán diciendo que todo es culpa del alcalde de Cali…
¿Y qué dicen las autoridades? Lo que sorprende de este asunto es que a pesar de una serie de denuncias que este bloque unido de empresarios-indígenas-afros ha presentado desde hace varios meses ante la Fiscalía, aún no hay respuesta del organismo de investigación. La justicia no llega. ¿Por qué?
¿Será verdad que el fiscal Barbosa ha rehuido a encontrarse con los ciudadanos preocupados de la región? ¿Será verdad que incluso le ha sacado el cuerpo a verse con los empresarios más destacados de la zona?
Entre tanto, el Eln y los carteles mexicanos se apoderan de una importante porción del país y ponen a temblar a Cali, ciudad a la que poco a poco van atenazando, mientras ponen en riesgo y dejan a su merced a los habitantes de Popayán y todo el suroccidente de Colombia, con todo lo que implica esto en términos sociales y económicos.
¡OJO con el Valle y con el Cauca! A ver si pasa algo en vez de seguir contando heridos y muertos. Mientras tanto, los reduccionistas seguirán diciendo que todo es culpa del alcalde de Cali… Y que OJO con el 2022.
#PreguntaSuelta: ¿habíamos visto una campaña presidencial en la que los populistas (en plural) tuvieran tantos chances de llegar a la Casa de Nariño?
JUAN PABLO CALVÁS