En el 2022 se votará para elegir el nuevo gobierno, pero es en este 2021 cuando se definen y estructuran los elementos determinantes del nuevo mapa electoral. Para ir sin rodeos, si volvemos a escuchar desde el Ministerio de Hacienda propuestas delirantes de nuevas cargas tributarias para la clase media y más aumentos del IVA, vayámonos preparando para que la elección la gane una oposición radical y populista, independientemente de cuál sea el nombre del candidato.
Algunas vacas sagradas del neoliberalismo y la tecnocracia económica, y muchas terneritas y terneritos emergentes, siguen en la ronda de sus autoelogios buscando ‘likes’ de la banca multilateral y guiños de Washington para que luego les ofrezcan suculentos puestos bilingües, congratulándose por sus grandes ejecutorias, sin advertir los clamores ciudadanos, las voces de la inconformidad, la protesta social contenida y sin entender que en estos diez meses de pandemia la agitación social no se ha detenido y que los agitadores de oficio, expertos en sembrar resentimientos y odios, no han descansado ni un solo instante.
Uribe alguna vez dijo que lo suyo era trabajar, trabajar y trabajar. A este gobierno y a cada uno de sus ministros les corresponde cumplir, cumplir y cumplir. Se requieren las ejecutorias concretas, el o cercano con la base popular del país, la lucha por el afecto ciudadano y la capacidad de comprender a los jóvenes. Y, aunque suene a lugar común, no más PowerPoint, no más ‘renders’, no más comisiones de expertos.
Los desafíos son gigantescos. Si el Ministerio de Salud no logra garantizar un equitativo, transparente, eficaz a la vacuna, si no se encuentra un buen remplazo para Luis Guillermo Plata que logre cubrir las manifiestas falencias del Ministerio en este segundo pico, si no se logra un liderazgo fuerte sobre alcaldes y gobernadores, si no se logra generar una voz de convocatoria que acelere la conciencia ciudadana y el autocuidado, cada una de las horas del programa televisivo de Duque se va a devolver como un fatídico bumerán.
Y, sin perder la capacidad de denunciar cualquier exceso o abuso de la Fuerza Pública y exigir que se haga justicia, creo que es hora de ponerle freno a una sistemática campaña para denigrar del Ejército y la Policía, como si estos fueran solo cuerpos de bandidos y criminales.
Lejos de eso. Decenas de miles de hombres y mujeres honorables, valientes y patriotas exponen sus vidas en defensa del bienestar colectivo y de este afligido país. Solo Maduro, los vándalos, los terroristas y las organizaciones criminales pueden tener interés en desprestigiar a quienes, por nosotros, se juegan su pellejo todos los días.
La demolición institucional debe cesar. La politiquería debe ser desenmascarada, y pronto deben perfilarse las campañas presidenciales serias con propuestas y compromiso anticorrupción. El ataque generalizado contra todos los poderes debe detenerse. El populismo que aviva las iras debe enfrentarse. El odio contra el sector privado y las empresas exitosas debe erradicarse.
Hace bien el Presidente en acelerar el plan para la conclusión de grandes obras de infraestructura, pero hacen muy mal alcaldes y gobernadores al permitir inaugurarlas fastuosamente en entornos de miseria, como en Barranquilla, donde el nuevo puente Pumarejo se convirtió en una verdadera afrenta social para los barrios vecinos, sumergidos en la miseria absoluta y los peligros para los niños que entre una invasión de ratas y aguas pestilentes comienzan a vivir la vida.
No hay tiempo que perder. No es momento de desgastarse ni con retrovisores ni con peleas politiqueras. La mecánica política y las triquiñuelas deben ser sustituidas por la búsqueda de grandes convergencias en torno de las causas comunes para que este país pueda avanzar.
A pesar de todo, reitero, soy optimista. Colombia tiene con qué. Feliz 2021.
JUAN LOZANO