Por estos días, hace un año, en medio de lo peor de la pandemia y cuando los empresarios pequeños y medianos comenzaban a levantar poco a poco cabeza, un paro nacional se abrió camino y lo que arrancaba como una expresión de descontento genuino rápidamente se tiñó de insensatez, violencia en las calles e instrumentalización electorera de la que todos, sin excepción, salimos perdiendo.
Seguro que a doña Luz Mary, quien estaba en labores de parto y perdió a su bebé porque no la dejaron pasar los que bloqueaban las carreteras de Cundinamarca, jamás se le olvidará lo que ocurrió hace un año. Tampoco los padres de la pequeña que estaba intubada y debía ser trasladada en el Valle podrán olvidar que, por culpa de quienes taponaban las vías, su hijita no recibió atención más completa en un centro hospitalario al que tendría que haber llegado a tiempo. No olvidan lo que ocurrió hace un año, los dueños y trabajadores del hotel La Luna, en Cali, que fue incendiado por esos mismos días, ni los propietarios de locales destruidos por el vandalismo de unos cuantos y que tuvieron que cerrar y luego quebraron, porque no pudieron seguir sosteniendo sus emprendimientos.
En los nueve meses más duros de la pandemia, 80.000 negocios se quebraron. Solamente en mes y medio de bloqueos, 40.000 empresas, sobre todo pequeñas, no pudieron seguir adelante. El 66 por ciento de las pymes tuvieron que suspender contratos laborales durante este último periodo. Para todos ellos será imborrable lo que pasó hace un año.
El paro que comenzaba una semana como esta, pero de 2021, no dejó nada bueno, no se puede idealizar o reportar bucólicamente; no se puede olvidar a la hora de ir a depositar un voto en una urna.
Cómo olvidar a la gente que durante horas tuvo que caminar para llegar a sus trabajos o de vuelta a la casa, durante varias semanas. Cómo olvidar que los daños que se registraron en la infraestructura de transporte en Bogotá entre el 28 de abril y el 11 de junio de 2021 nos costaron a todos 6.900 millones de pesos, según cifras del Distrito, que bien podrían haberse destinado a los jardines y colegios públicos o a mejorar la seguridad ciudadana, cada día más deteriorada.
Cómo olvidar que, en Cali, 58 estaciones del MIO fueron destruidas y, todavía, un año después están siendo recuperadas. ¿Quién no se acuerda de que para pasar de un punto a otro en esa ciudad tocaba pedir permiso o dar plata en improvisados retenes instalados por quienes se creyeron dueños de las vías públicas?
Esto, lo de hace un año, el terrorismo urbano, el desorden, el aumento del desempleo y las vidas perdidas de varios jóvenes que, como dijo la alcaldesa Claudia López, fueron usados como carne de cañón, nos pusieron de presente que cuando esas narrativas y realidades se imponen y cuando esos candidatos que promueven e instigan a lo que ocurrió, ganan las elecciones, todos perdemos como país; nos paralizamos, nos matamos entre nosotros y nos perdemos la oportunidad de brillar en el contexto internacional, diferenciándonos positivamente del resto del lote en la región.
El paro que comenzaba una semana como esta, pero de 2021, no dejó nada bueno, no se puede idealizar o reportar bucólicamente; no se puede olvidar a la hora de ir a depositar un voto en una urna. Porque si bien tampoco podemos olvidar los problemas que tienen millones de colombianos que la están pasando mal –los de la extrema pobreza, los de la falta de oportunidades, los excluidos del sistema educativo y los confinados en sitios en los que los violentos y narcotraficantes mandan–, en nuestras mentes tiene que quedar claro que el camino para corregir esas distorsiones no fue ni podrá ser el que algunos dementes quisieron darnos a probar desde aquel 28 de abril de 2021.
Imposible olvidar y, sobre todo, imposible repetir. Imposible entregarles el país a quienes no pueden tramitar sus diferencias en democracia y buscan las vías incendiarias dizque para cambiar a Colombia.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO