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¡Una nota de seis metros de largo!

Pagar 340 libras en 1966 para mandar la nota era una suma colosal.

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COLUMNISTA Y CRÍTICO DEPORTIVOActualizado:

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‘66: el Mundial en tiempo real’. Tal es el título del libro de Ian ingham de 2016. Periodista e historiador, ingham dedicó la obra a la única Copa del Mundo ganada por Inglaterra, la de 1966, que hizo honor a los inventores de semejante juego. Se cumplían cincuenta años de la conquista. 
No es casualidad que lo escribiera Ian, hincha apasionado del West Ham United. En la cuna del fútbol quedó para siempre la frase “la Copa que ganó el West Ham”, pues, pese a no ser de los más poderosos de la Premier League, tuvo el honor de aportar a la selección campeona a tres cracs que resultaron decisivos para alcanzar aquella gloria: el capitán y superfigura Bobby Moore, zaguero de alta clase; el goleador Geoffrey Hurst y el también delantero Martin Peters. En el 4-2 de la final ante Alemania, Hurst marcó tres goles y el restante fue de Peters. Hurst también convirtió el único en el difícil triunfo sobre Argentina.
Los tres muchachos eran ídolos del West Ham, surgidos de su cantera; jugaron añares allí, por lo cual ningún otro club se emparentó tanto con aquel éxito inglés. Una estatua del trío preside desde hace un año el estadio Olímpico de Londres, cedido al West Ham por noventa y nueve años. Y debajo de la estatua fueron enterradas las cenizas de Martin Peters, fallecido en 2019.
ingham tuvo una idea novedosa: tal como el título lo dice, el contenido del libro no es una típica recordación, sino que lo compuso íntegramente con noticias en tiempo real, tomadas de los diarios y otros medios de información del momento, tal como se iban produciendo los hechos. Y a ellas les puso títulos ingeniosos. En uno de los capítulos más curiosos introdujo una información emanada de Birmingham. Allí, en el estadio del Aston Villa, habían igualado 0 a 0 Argentina y Alemania, pero el suceso no se produjo en la cancha, sino en la oficina que el correo había instalado en el recinto para atender las necesidades de la prensa acreditada. Jugando con las palabras, en lugar de titular ‘Oh my God!’ (Oh, mi Dios), ingham encabezó con ‘Oh my word!’ (¡Oh mi palabra!). Lo que ocurrió lo transcribimos de su cita textual:
“¡Oh mi palabra!
“El personal de Correos tardó seis horas en cablegrafiar el informe de un periodista argentino sobre la Batalla de Villa Park a los editores de su revista en Buenos Aires.
“Osvaldo Ardizzone escribió la asombrosa cantidad de 20.246 palabras —el equivalente a la cuarta parte de una novela típica— sobre el partido Argentina-Alemania Occidental.
“A un costo de 1 libra por minuto de cable, le hizo desembolsar a los jefes de ‘El Gráfico’ la friolera de 340 libras.
“Después de que se envió el cable de 20 pies de largo, Ardizzone insistió en que no se arrepentía y dijo: ‘Después de todo, esto es fútbol... y es la Copa del Mundo’”.
Hoy, cincuenta y cinco años después, 340 libras representan 427 dólares. Pagar eso en 1966 para mandar la nota era una suma colosal. Ahora, con internet, sale gratis. En sistema métrico, 20 pies equivalen a seis metros y 10 centímetros. ¡Una sábana de seis metros para contar un partido! ¡Y para contar un cero a cero!
Ardizzone no se movió del lugar hasta constatar que desde la redacción, en Buenos Aires, le dieron el OK de recibido. Ahí estaban el comentario y las notas adicionales, voces de vestuarios e impresiones generales que tres días después entregaría ‘El Gráfico’ a sus lectores en un amplio despliegue, y a cargo de su cronista estrella. Hasta el Mundial de México 86 el material escrito se enviaba por télex, un extraordinario invento alemán que permitió transmitir a distancia textos de gran longitud. Ya no eran simples telegramas, sino extensos artículos. Era como una máquina de escribir, pero inmensa, que la operaban las sucursales del correo de cada lugar. Era necesario tener también una en la redacción para recibir los despachos. Uno tipeaba la nota en una máquina de escribir, la entregaba al empleado del correo y este volvía a mecanografiarla íntegra en el télex. Ese ruidoso armatoste nos desvelaba. Había que rogar que estuviera libre, que la operadora nos tipeara la cinta sin antes irse a comer o a hacer otro trámite, que no terminara su turno o lo que fuera. Que finalmente lo pasara a nuestra redacción y llegara bien… Las comunicaciones no eran tan automáticas como ahora y la tensión por transmitir el material nos mandaba a la cama molidos. En México 86 vimos con asombro a colegas japoneses pasar sus artículos por fax y en Italia 90 ya estaba definitivamente impuesto. El fax nos solucionó la vida.
Ardizzone no solo veía bien el fútbol, era un artista de la palabra. Componía tangos, poesía y algunas obras de teatro. Quien suscribe tuvo la fortuna de ser su compañero. Cuando íbamos juntos a cubrir un partido, iba con mi ídolo. El querido Quique Wolff, hábil lateral derecho de Racing, River y el Real Madrid, hoy comentarista de ESPN, relata una simpática anécdota que pinta la dimensión colosal de Ardizzone, a quien todo el mundo llamaba simplemente Osvaldo. Decir Osvaldo en el ámbito del periodismo deportivo era lo mismo que decir Diego, por Maradona.
—Eso de que si no jugaste no podés hablar de fútbol es mentira; y si jugaste, a lo mejor podés hablar como analista, pero si antes te preparaste para hacerlo. Cuando debuté en River, lo hice contra Boca, ganamos 2 a 1. ‘El Gráfico’ entendió que yo fui la figura del partido y Osvaldo Ardizzone, notable periodista, me preguntó si podía ir a mi casa a entrevistarme, porque antes se estilaba que fueran a hacerte la nota a tu casa... Le di la noticia a mi mujer, emocionado: ‘¡Me vienen a hacer una nota de El Gráfico! ¡Y Ardizzone!’. Pusimos la casa de punta en blanco, mi esposa preparó una comida especial… Osvaldo era un genio, yo lo miraba con iración y el que me reporteaba era él a mí. A un tipo que sabe hablar de esto lo respetás, más allá de que el fútbol siempre ha sido materia de discusión. A mí jamás se me pasó por la cabeza si Osvaldo había jugado al fútbol o no.
Ardizzone nunca estudió periodismo, no había academias para formar hombres o mujeres de prensa, eso vino después; la escuela era la redacción de un diario, el aula magna, la fragua donde se aprendía todo. Sí se leía mucho, había buena formación intelectual.
Nos parece ver a Osvaldo frente a la vieja Olivetti verde olivo, el cigarro haciéndosele ceniza en la boca, el pocillo de café sobre la mesa y la pasión moviéndole las ideas y los dedos.
JORGE BARRAZA
(Lea todas las columnas de Jorge Barraza en EL TIEMPO aquí).

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