Dar cátedra sobre el periodismo “verdadero” y clasificar a los periodistas como buenos y malos resulta fácil cuando no se ha estado o, por lo menos, no se ha intentado estar un minuto en sus zapatos.
Las clases de quinto semestre, de las facultades de Comunicación Social, sobre la objetividad y la imparcialidad quedan archivadas, al igual que los extensos textos de Jesús Martín-Barbero, cuando se pasa del aula de la universidad a la calle. Al mundo real.
Es en ese día a día cuando cobra sentido lo otro que se lee en clase y que se recita de memoria para un parcial o un examen final: libertad de prensa y expresión. Se aboga por esa libertad, pero se siente lejos y ajena cuando el periodismo se vuelve tangible y determinante. Una introducción de contexto necesaria para recordar que hoy es 2 de noviembre, día mundial para poner fin a la Impunidad de Crímenes contra Periodistas.
Mientras preparamos la conmemoración de esta fecha aquí en Washington, en la sede de la OEA, a solo un clic de distancia, encontramos una larga lista de fotorreporteros, corresponsales de guerra, periodistas freelance y camarógrafos asesinados en medio de la guerra que azota la Franja de Gaza, en Oriente Próximo. Ellos no tienen bandera. Son de ambos lados de la cerca, de Palestina o de Israel, y ahora entran en la larga lista de casos impunes.
El hemisferio en el que se ubica Colombia está lleno de casos inconclusos y sin justicia que golpean a la prensa.
Y a unos miles de kilómetros más de allí, tres mujeres, una de ellas recién galardonada con el Nobel de Paz, continúan esperando, en condiciones deplorables de reclusión, una sentencia del Gobierno iraní. Niloofar Hamedi, Elaheh Mohammadi y Narges Mohammadi solo hacían su trabajo: reportar noticias. Denunciaban la brutalidad de la policía de la moral de Irán, tras el asesinato de la joven Mahsa Amini, por no llevar su velo puesto “correctamente”.
Impunidad. Eso es lo que ha envuelto el proceso de estas tres periodistas y es lo que quedará tras el juicio.
Pero no hay que ir tan lejos. El hemisferio en el que se ubica Colombia está lleno de casos inconclusos y sin justicia que golpean a la prensa.
Pasando por la noche del 17 de diciembre de 1986, cuando los sicarios de Pablo Escobar silenciaron al director de El Espectador, Guillermo Cano, pasando la larga estela de crímenes en México a manos de los carteles de la droga o gobernantes corruptos que han desterrado a gente valiente, mujeres corajudas como la incansable Lydia Cacho. Hasta los encarcelamientos de periodistas del régimen de Daniel Ortega, en Nicaragua, y la censura de la dictadura de Nicolás Maduro, en Venezuela.
Impunidad.
La Unesco ha advertido hoy que se vislumbra un panorama incierto para las personas que hacen periodismo, de cara al cubrimiento de manifestaciones públicas y procesos electorales a nivel global, porque el mundo, como nunca antes, está polarizado.
Esta nueva intimidación ya cobró la vida de 13 periodistas en los últimos cinco años y dejó a más de 900 heridos o amenazados, y la violencia en línea contra las mujeres periodistas se triplicó. Esa es la alerta que hace la organización J (por sus siglas en inglés).
No basta con recordar sus nombres o los hechos que antecedieron sus detenciones, silenciamiento, asesinatos o desapariciones, porque cada caso no es por ellos. Sus tragedias abarcan a miles de personas a las que les hablaban o escribían. A sus audiencias.
En este mismo espacio, el 2 de septiembre de 2021, denunciaba la desaparición de Saba Sadat, quien con su emisora comunitaria les dio esperanza a las mujeres de Jalalabad, en Afganistán. Los Talibanes no solo silenciaron su voz y su valentía. Como muchos criminales, de aquí y de allá, mataron los sueños de sus fieles oyentes.
Tanto por pensar antes de poner en la picota pública a un hombre o una mujer que ejerce su libertad de prensa. Eso no quita la responsabilidad social que cada quien debe asumir cuando se tiene el poder de comunicar, sea en mayor o menor escala.
Este breve espacio para recordar a los y las 37 colegas que han muerto en Gaza, en medio de los bombardeos de Israel, y a los siete israelíes que fueron masacrados por el grupo terrorista Hamás. No importa su origen porque, al final, lo único que hay es impunidad.
JINETH BEDOYA LIMA
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