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Maldito afán

El mundo reclama contenidos breves y sencillos. Nos exige estar pendientes de mil cosas a la vez.

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Hay notas de voz en WhatsApp que parecen más bien un pódcast. Es posible que esta queja la expresemos todos, pues confesamos —seguramente con razón— que no tenemos tiempo para escuchar mensajes ni siquiera de dos minutos. ¡No! ¡Es que eso es demasiado! ¡Más si estamos en la oficina! Debemos ser máquinas laboriosas que no podemos dedicar tantos segundos a lo que nos dicen los demás.
(También le puede interesar: El periodismo no está para memes)
El otro día me apené por esta falsa premisa. Una amiga me envió tres o cuatro notas de voz para contarme sobre su situación médica. Había salido hace unas semanas de una operación del corazón y estaba detallándome su buen estado de salud. Cuando vi los audios en el chat, quise activar la función que permite aumentar su velocidad de reproducción.
Aunque no lo hice, fue patética la intención. Qué lamentable es la costumbre de vivir el mundo sin pausa, creyendo en la superioridad o relevancia de nuestras propias ocupaciones. Si yo estuviera contando algo de mi vida, jamás querría que alguien activara una función para oír mi voz más rápido. ¿Acaso no merecemos siquiera un par de minutos de la gente que nos rodea?
En lugar de seguir chateando, aquella vez preferí llamar. Luego pensé que ahora es absolutamente normal enviar un mensaje en WhatsApp para celebrar un cumpleaños, cuando antes, aunque sea, nos llamábamos. El problema es que en este mundo digital del afán basta a veces con plasmar una felicitación en el muro de Facebook o con enviar unos emoticones animados en un chat.
Si la prisa y la brevedad son mandamientos, como mínimo deberíamos pensar qué cosas trascendentes se explican en segundos o a cuáles de ellas debemos prestarles sin falta nuestros minutos.
Aquí hay una realidad vigente que no habla bien de nosotros mismos: hoy en día un saludo telefónico puede ser tan especial como lo era hace unos años una carta escrita a mano. Ambas opciones, empero, están en vías de extinción.
Si nos fijamos bien, el afán es para todo. Kevin Hartmann, un en Twitter, anticipaba hace unos meses en un tuit que iba a explicar largamente la propuesta de pensiones de Gustavo Petro: ¡cinco minutos de lectura! Claro, él está en lo cierto. Hoy en día podemos leer más, pero no solo sobre una cosa, no una crónica, no un reportaje, no un cuento… Nada de eso, sin embargo, sí es muy posible que leamos —o veamos— una o dos horas diarias de contenido disímil y banal en redes sociales.
Los videos que se consumen en un entorno digital han de ser cortos, de máximo 2 o 3 minutos, lo que ya es demasiado para algunos. En TikTok se pueden ver decenas y decenas de videos en un santiamén. En YouTube, estos videos se llaman ‘shorts’ y en Instagram, ‘reels’. Al final, es la misma idea: lo que valen son los videos que despierten la atención de las personas de inmediato y sean consumidos al instante.
El mundo reclama contenidos breves y sencillos. Nos exige estar pendientes de mil cosas a la vez. Si al periodismo se le ha reclamado desde hace tiempo su mar de conocimientos con un centímetro de profundidad, es consecuente advertir que el mal se expande en el planeta entero. Si la prisa y la brevedad son mandamientos, como mínimo deberíamos pensar qué cosas trascendentes se explican en segundos o a cuáles de ellas debemos prestarles sin falta nuestros minutos.
JAVIER BORDA

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