Se nos fue la vergüenza. Si en un comienzo nos divertíamos al usar los filtros en redes sociales para parecernos, digamos, a un animal, ahora hemos normalizado el gran peligro de usar ‘máscaras’ en la esfera digital.
TikTok acaba de llevar esto a un límite. Puso a disposición de sus millones de s un filtro llamado 'Bold Glamour', que transforma los rostros de las personas en ‘caras perfectas'. Pero no es que el filtro retoque un poco la piel y quite, por decir lo menos, algunas arrugas o manchas, sino que se acomoda perfectamente a la cara, no se desvanece con el movimiento y hace, al final de cuentas, que todos se acerquen a esos cánones de belleza occidental (algo irónico al ser TikTok una red social china). Con este filtro todos lucen lindos, con dientes blancos relucientes, sin acné, con nariz respingada, pelo abundante, cejas y pestañas alineadas y con absoluta simetría.
Tristemente, cada vez es más común ser irreal. LinkedIn es la soberbia del profesional; Twitter, el escenario del anonimato y la agresividad virtual; Tinder, el campo de la lujuria insatisfecha; Instagram, la red que pasó de la gula a la vanidad y prepotencia. Así, cada red va definiendo sus defectos y cualidades, cómo no. El caso es que con el desarrollo de nuevos filtros estamos ante un camino sin retorno, en el que sobre todo niños y adolescentes se exponen aun a más mentiras y a más presión por ser lo que no deben ser.
Los filtros en las redes sociales, así usted no lo crea, hace rato están provocando alteraciones, problemas de autoestima, inseguridad, ansiedad y temor.
Quizás los adultos, por nuestra propia experiencia, sepamos que estos filtros no deberían pasar de ser un juego, aunque algunos muy idiotas no lo entiendan. Hay padres que hacen llorar a sus hijos con estos filtros, haciéndoles creer a sus pequeños, por ejemplo, que una cucaracha se mete en sus narices. ¿Cuál es el chiste en asustar a un niño? La verdad es que no lo entiendo. Pero ese ya es otro tema. Filtros hay de todos y el apuro en el tema que nos atañe se da porque jóvenes de 10, 15 0 20 años pasan horas al día haciendo uso de ellos como si fueran el reflejo de su ser y personalidad y así, claro, socializan entre pares.
Hay algo conocido como el síndrome de Snapchat o de Instagram, que traduce en la dismorfia corporal, una enfermedad mental que hace que la persona sobrevalore un ‘defecto’ físico percibido. ¿Cuál es el ‘defecto’ físico? Lo impuesto por la sociedad, lamentablemente. Pero vale decir que no hay pecado en ser un mortal más, un calvo, una mujer de nariz aguileña…
Los filtros en las redes sociales, así usted no lo crea, hace rato están provocando alteraciones, problemas de autoestima, inseguridad, ansiedad y temor. Incluso conllevan a que las personas se cohíban de tomarse fotografías comunes y corrientes ante el miedo de verse posteriormente expuestas tal cual son.
La belleza está en los ojos de quien la mira y por eso se va a perder si todos queremos vernos iguales, como unos maniquíes reproducidos en masa. Esta crítica suena a la de Tyler Durden en la película El club de la pelea y su diatriba contra la realidad, pero es que sí incomoda el exceso de superficialidad de estos tiempos. Además, porque el freno certero a esta situación no depende del , muchas veces indefenso o incauto, sino de quienes mandan en las redes y ellos, seguro, no van a hacer nada que vaya en contravía del aumento de seguidores, el engagement y, claro, el rédito económico. Nos queda el buen manejo que demos individualmente al uso de las redes sociales, pero a decir verdad esto es un tonto consuelo ante la dimensión del problema. Es así, ¿o acaso estoy exagerando?
JAVIER BORDA DÍAZ