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Secuestrados en los estereotipos

Podemos apuntar a la construcción de una mejor sociedad, en la que todos estemos representados.

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Vivimos rodeados de otros seres humanos, de otras especies y de un ecosistema que todo el tiempo nos está formando impresiones de lo que tenemos alrededor de nosotros. Los seres humanos –consciente o inconscientemente– vamos por el mundo categorizando y poniendo etiquetas a todo lo que nos rodea. Vivimos poniendo o quitando atributos, calificando o descalificando a otras personas en las redes sociales, los medios de comunicación, grupos familiares, grupos de amigos, en el trabajo, en la escuela y en un sinnúmero de contextos y situaciones.
Me pregunto: ¿cuántas veces los colombianos nos paramos a pensar en las consecuencias de hacer juicios de valor hacia los otros?, ¿qué ocasionamos cuando, al expresarnos, generalizamos negativamente a grupos de personas de un determinado colectivo social?, ¿cuando partimos del hecho de que todas las personas de una determinada región, raza o identidad sexual son y se comportan de la misma forma? Evidentemente, no lo hacemos con la frecuencia que la situación lo amerita, y es justamente allí donde está el problema, puesto que los estereotipos influyen de una forma significativa en nuestra conducta, al punto que nos conllevan a engendrar las divisiones, la intolerancia, la exclusión, el rechazo y la deslegitimación de las diferencias.
A la luz de estudios psicosociales, son los estereotipos los que fomentan los prejuicios y la discriminación, ayudando a justificar algunos códigos sociales irracionales que, en muchas ocasiones, lo único que hacen es minimizar a las personas o grupos creando a su vez mucho dolor y angustia en estos.
Y el problema va más allá, porque la lucha a la que se enfrentan todos los días las personas que cargan estereotipos negativos o que son discriminadas por causa de su raza, identidad sexual o género, en su propio país o en uno que los ha acogido, lleva a muchos de estos ciudadanos a sentirse devaluados, produciéndose así un impacto negativo en la salud mental de estos seres humanos y, por demás, contribuyendo a fragilizar toda una sociedad.
Colombia es un país donde a una gran mayoría de sus ciudadanos les cuesta reconocer que sí existe discriminación racial, sexual y de género en la sociedad.
Ahora, si bien es cierto que es muy fácil fomentar estereotipos, reforzar prejuicios, discriminar y ser racistas cuando se está en una posición privilegiada, se es blanco, se tienen apellidos de abolengo o se viene de una hegemonía familiar que ha tenido poder económico, político o mediático durante décadas, también es cierto que solo por ese hecho es inaceptable crearles tanto daño psicológico a los demás, a los que no gozan de los mismos privilegios que pocos sí tienen. Ser privilegiado no le da el derecho a nadie de destruir al otro.
Para nadie es un secreto que Colombia es un país donde a una gran mayoría de sus ciudadanos les cuesta reconocer que sí existe discriminación racial, sexual y de género en la sociedad. También, donde muchos privilegiados se burlan o tratan como ciudadanos de segunda categoría a quienes no tienen el mismo estatus que ellos. El venir de “territorios”, ser negro o indígena, y al mismo tiempo tener estudios superiores, cultura general, haber conocido otras culturas y dominar diferentes idiomas, curiosamente se vuelve algo “exótico”; y de pronto se es la excepción de la regla. A estos se les otorga un cierto “privilegio” que les permite, por ejemplo, ocupar uno que otro cargo de alta dirección en el Gobierno Nacional, en empresas de la cúspide del sector privado, o se les da una entrada en algunos medios de comunicación... claro está, no en todos. Pero si, por el contrario, se es un negro o indígena del común, sabemos muy bien que estos no tienen las mismas oportunidades de participar o competir en igualdad de condiciones a quienes se les ha dado un estatus social superior. Vale la pena resaltar que este mismo fenómeno de categorización, segregación y exclusión también es recurrente en escenarios donde las mujeres, el colectivo LGBTQ y las personas con discapacidades tratan de ganar espacios y que la lucha es innegablemente difícil. Pero esta es la triste y cruel realidad, adornada de hipocresía y doble moral, una realidad que muchos colombianos se niegan a reconocer.
Algo también interesante es que si los no “privilegiados” se quejan, denuncian o expresan abiertamente su opinión y sentir acerca de esa segregación, se les llama resentidos, tratando de silenciar el tema. Dejando así en el que recibe el atropello una sensación de que es exagerado, ridículo o desproporcionado, a tal punto que en recurrentes ocasiones la víctima “deja todo así”, claro está, sabiendo que ese trato no es justo, acompañado de sentimiento de impotencia e ira, que solo los que han estado en la misma situación lo pueden entender. ¡Nadie más!
Con todo esto, amerita decir que si Colombia fuera un país más pluralista, con seguridad podría alcanzar más avances significativos con respecto a la inclusión y esto ayudaría a fomentar el bienestar de todos y no únicamente el de unos pocos. Por eso, el llamado es a la no segregación, a no perpetuar los estereotipos asociados a la raza, al regionalismo, al nacionalismo, al género, a la identidad sexual y, por supuesto, no incurrir en las prácticas excluyentes de ningún tipo. Lo que necesita ahora el país, más que nunca, es que recordemos nuestras semejanzas y que nos acerquemos cada vez más a la anhelada unidad.
¡Con tolerancia a las diferencias, respeto hacia el otro, valoración de la diversidad y la multiculturalidad, desde luego podemos apuntar a la construcción de una mejor sociedad, en la que todos podamos vernos representados y que tengamos un espacio seguro en ella!
HAIDY SÁNCHEZ MATTSSON

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