El 2020 ha sido un año de enormes retos. Además del incalculable costo en vidas humanas producto de la pandemia, la economía global se ha visto afectada y la sociedad ha tenido que cambiar de costumbres y comenzar atropelladamente a reinventarse. Colombia no ha sido la excepción. Pero el balance de este ciclo solar, por lo menos en nuestro país, se quedaría corto si lo limitáramos a los estragos del covid. En ese año viejo que tradicionalmente se quema después del repicar de los doce campanazos de medianoche debemos incluir tanto los aciertos como las equivocaciones del Gobierno.
Algo positivo ha sido la gestión del ministro Fernando Ruiz. Los altibajos de su labor pública son normales ante un escenario de tanta incertidumbre. La noticia de que pronto llegarán suficientes vacunas para cubrir a la mayoría de los colombianos es, sin duda, una buena noticia. Quizás valdría la pena inyectarle mayor transparencia al proceso de negociación de las vacunas. La corrupción parasita en las necesidades más extremas.
Grandes esfuerzos se han desplegado en materia de asistencia social gracias al Departamento Nacional de Planeación. A pesar de que el subsidio solidario es muy inferior a lo que muchos reclamaban bajo la figura de la renta básica extraordinaria, es innegable que ampliar la base de beneficiarios ha logrado aliviar en algo la postración de millones de colombianos que han perdido su empleo y que padecen literalmente de hambre. Asimismo, se ha logrado avanzar en otros sectores como el de la conectividad, el deporte y la promoción de energías renovables.
Pero esa celebración es parcial. Se ve eclipsada por el pobre rendimiento en la mayoría de las carteras del Gobierno. La gestión de Claudia Blum ha sido desafortunada o invisible. Más allá del escándalo de los espías rusos, donde se exige actuar con contundencia, la política exterior de nuestro país parece haberse desvanecido. La relación con Estados Unidos se ha visto manchada por la torpeza en el manejo de la elección del presidente del BID y la participación soterrada de funcionarios y del partido de gobierno a favor del presidente Donald Trump. Eso sin mencionar que seguimos sin alternativas diplomáticas con Venezuela y que no hemos logrado sumar socios comerciales de relevancia.
Pobre también ha sido la labor de Carlos Holmes Trujillo. Su cartera está salpicada por sucesivos escándalos. Perfilamiento a personalidades públicas, abusos de fuerza y actos de corrupción dentro de la policía. Más de 80 masacres, un aumento del 10 por ciento en el asesinato de líderes sociales y de excombatientes, el incremento de bandas criminales, una inseguridad ciudadana desbordada y el fracaso en la estrategia de lucha contra los cultivos ilícitos. En el país de la seguridad democrática, la tarea del ministro ha desdibujado cualquier promesa de restablecer el orden y la tranquilidad en el territorio nacional. La impericia, en este campo, obliga a pensar lo que habría sido la gestión del orden público si no se hubiesen desmovilizado las Farc.
El Ministerio de Justicia tampoco salva el año. Ni la reforma a la justicia ni los proyectos cosméticos que prometieron germinaron. Mientras tanto, desde el mismo Gobierno y, sobre todo, desde el sector político que representa, la rama judicial ha sido objeto de múltiples ataques, minando así el principio de la separación de poderes. No solo se han dedicado a desacatar fallos de tutela bajo el silencio sepulcral del ministro Wilson Ruiz. Tampoco se han ahorrado epítetos desacreditando a las altas cortes y poniendo en duda su imparcialidad. Eso sin contar la irresuelta crisis penitenciaria y el asesinato de 24 internos de La Modelo en plena pandemia.
En el campo de la economía, Colombia está atravesando una de sus peores crisis. En gran medida como consecuencia del covid, las tasas de crecimiento son negativas y el desempleo está disparado. Con una informalidad de casi el 60 por ciento, el recaudo fiscal está en uno de sus peores niveles. El 2021 se asoma con una nueva reforma tributaria y con el anuncio de que el Gobierno no apoyará un incremento sustancial del salario mínimo. Si en las negociaciones, trabajadores y empresarios no logran un acuerdo, el valor que se fije por decreto marcará el inicio de nuevas manifestaciones sociales. Todas ellas alimentadas, además, por el incumplimiento de las promesas que el Gobierno hizo para amilanar las marchas del 2019.
Y, finalmente, la tan cacareada economía naranja nunca supo cómo despegar. Ya se vislumbra lo que será esa fatídica asociación de desempleo, hambre y malestar. Pero a su encuentro solo aflora un pasmoso vacío de ideas y de políticas económicas y sociales de envergadura, capaces de abrir senderos de esperanza.
En lo político, el 2020 nos deja una honda preocupación. La polarización está más atizada que nunca. La derecha de manera desesperada está demostrando su falta de pudor y comienza a cocinar alianzas con sectores tradicionales y clientelas regionales cuestionadas, mientras que el centro y la izquierda han dejado de brillar. Los colombianos, sin embargo, no renuncian a una verdadera renovación política, puesto que el presente lo ha expropiado la pandemia y crece la sensación de que este país sin transformaciones de fondo no va a progresar.
Ñapa: excelente decisión nombrar como director de la Policía al general Jorge Luis Vargas. En él recae la inmensa responsabilidad de recuperar la credibilidad de una institución vital para los colombianos.
GABRIEL CIFUENTES GHIDINI