Muchos y merecidos han sido los recordatorios del centenario de Alejandro Obregón y Álvaro Castaño, forjadores de cultura. Hernando Durán Dussán, nacido el 17 de junio del mismo año que ellos, fue central en el acontecer político de un país convulsionado por la violencia que marcó el siglo XX.
Su recia personalidad y sus convicciones liberales en el ambiente de los conflictos partidistas de los años cincuenta hicieron de él un personaje tan importante como controversial en la gestión pública y en los procesos que se desarrollaron en su propio partido. Su oposición a los gobiernos conservadores lo llevó a comprometerse con una resistencia a la dictadura como la de los Llanos Orientales, en donde emprendió la lucha armada con jefes tan aguerridos como Cheíto Velásquez y Guadalupe Salcedo. Esto le costó un largo exilio.
A su regreso al país se desempeñó como ministro de Hacienda en el gobierno de Valencia, de Minas con Alberto Lleras y de Educación con López Michelsen. Sobre su desempeño en esta cartera, el expresidente, en un artículo publicado en ‘Semana’ en 1998, dijo: “Su labor al frente del Ministerio de Educación fue extraordinaria, cuantitativa y cualitativamente, porque al colocar la doble jornada en los establecimientos, duplicó el número de educandos en guarismos que vale la pena destacar y el número de profesores de primaria y secundaria a cargo de la Nación aumentó en 43.528 plazas, lo cual le permitió al senador Pardo Parra criticar mi istración por el crecimiento burocrático, omitiendo el hecho de que se trataba de plazas para profesores”.
Al revisar las series históricas sobre cobertura, hay dos hechos destacados: el primero es que desde el comienzo de la República estuvimos a la zaga de casi todos los países del continente en la oferta de educación pública y el segundo, que el proceso que inició la dinámica de expansión se dio durante el gobierno de López. Ha sido muy polémica la doble jornada, pero ningún gobierno posterior ha logrado suprimirla del todo para conseguir una verdadera jornada completa, dada la limitación de recursos destinados a inversión en infraestructura.
También se reestructuró el ministerio, dando origen a la ‘Dirección general de capacitación, currículo y medios’, que bajo la orientación de Carlo Federici y Carlos Vasco, entre otros, asumió la reforma curricular más ambiciosa hecha en mucho tiempo. Estos esfuerzos no estuvieron exentos de críticas y conflictos con el magisterio, que por aquella época daba una dura lucha para conseguir la expedición de una ley que regulara la profesión y los salarios miserables que regían.
En 1978 yo trabajaba en Planeación Nacional, cuando lo conocí siendo alcalde, y debo decir que no me hacía sentir cómodo su exasperante exigencia de precisión en la información que me habían encomendado presentar a su consideración. Al tiempo que cursaba mi posgrado en Economía era maestro, y eso me marcaba cierta distancia con él. Un día me citó a su despacho y me ofreció la dirección de Bienestar Social, cargo para el cual no me sentía preparado, en especial por mi resistencia sistemática hacia la política tradicional. Pero en un rato me convenció con argumentos que no podía refutar. Un año y medio después, de la misma forma taxativa, me nombró rector de la Universidad Distrital, con la misión urgente de reabrirla después de casi dos años de cierre.
Sería interminable relatar sucesos y anécdotas de los casi cuatro años que trabajé con él. Pero en el o cotidiano entendí mejor la democracia, el respeto por los contradictores, la honestidad que exige la función pública y, sobre todo, la lealtad que los jefes deben a sus subalternos si quieren ser respetados antes que adulados. Cuando uno encuentra personas así, que ayudan a recorrer caminos sin exigir nada a cambio, hay un enorme deber de gratitud.
FRANCISCO CAJIAO