Meditando sobre las condiciones lastimosas en que suele transcurrir la vejez, recuerdo la propuesta de la escritora y médica germano-argentina Esther Vilar de fundar un partido político, Partido de los Ancianos, con el fin de representar los intereses de estos en todos los sectores del mundo político-social. Como muchos sabrán, Esther Vilar fue la autora de la polémica obra 'El varón domado'.
En 1981 apareció otro libro suyo titulado 'Viejos', igual de polémico al anterior. En su momento fue calificado por la crítica como “un manifiesto a favor de la tercera edad”, pues es una especie de protesta, de rebeldía de los viejos contra las generaciones más jóvenes, que –según ella– fingen tenernos afecto y consideración, pero que en el fondo son manifestaciones de hipocresía. A los hogares de la tercera edad los llama “guetos”. A nombre de los viejos dice: “No somos ninguna especie imbécil que hay que esconder en asilos. No somos enfermos contagiosos que hay que tener en cuarentena. Queremos vivir integrados”.
Creo que la Vilar aplaudiría el trato que en Colombia se nos está dando a los ancianos en estos días de apocalíptica pandemia, cuando se nos niega vivir integrados, es decir, se nos confina en nuestros domicilios, que recuerdan los guetos. Tan grave es la amenaza que la no integración se decretó con carácter general, pero el confinamiento de los provectos ha sido más estricto. Desprevenidamente da la impresión de que los contagiosos somos nosotros y que, por eso, debemos estar inexcusablemente aislados. La realidad es que por razones de salud pública no es aconsejable que vivamos integrados, no por ser peligrosos para los demás, sino porque los demás son un peligro para nosotros. Por nuestra vulnerabilidad es deber de la sociedad, del Estado, darnos protección especial.
Por nuestra vulnerabilidad es deber de la sociedad, del Estado, darnos protección especial.
Y está ocurriendo. Se nos está tratando con guante de seda, con consideración
y afecto.
Y está ocurriendo. Se nos está tratando con guante de seda, con consideración y afecto. Ya era hora. Cariñosamente se apela a eufemismos para referirse a nosotros: abuelitos, adultos mayores, personas de la tercera edad, cuchos; en plata blanca, ¡viejos! Además, aquellos de los estratos bajos reciben un subsidio en billete y provisiones alimentarias. Tengo entendido que los viejos en Colombia somos aproximadamente 1,7 millones y constituimos una pesada carga para las finanzas del Estado. Esto de ser una pesada carga es un fenómeno que sucede en todos los países del mundo, pues la vejez va de brazo con un cúmulo de enfermedades costosas de tratar, casi siempre huérfanas de mejoría, con el agravante de que la población senil va en constante aumento. Entendible que el gasto en cuestiones de salud encaminado a apaciguar las condiciones valetudinarias de esa población sea una justa e inteligente estrategia. De otra manera, los hospitales y las clínicas estarían llenos de abuelitos en estado crítico.
Dos siglos antes de Cristo, el poeta cómico latino Terencio preguntaba si la vejez era una enfermedad. Bill Andrews, genetista molecular y doctor en genética de población de la Universidad de Georgia (EE. UU.), publicó un libro titulado 'Curar el envejecimiento'. Para él, el envejecimiento, más que una enfermedad, es una “condición”, pero prefiere utilizar el término ‘enfermedad’, pues los gobiernos dan ayuda económica para curar las enfermedades, no para curar una condición. Es decir, por conveniencia hay que aceptar que la respuesta a la pregunta de Terencio debe ser afirmativa, aunque no se trata de una enfermedad contagiosa.
Hay noticias esperanzadoras para mis cofrades por venir: los científicos aceptaron el desafío de alargar la vejez sin los lastres que hasta ahora la han caracterizado, lo que es también una buena noticia para los sistemas de salud. La consigna es: “Curar el envejecimiento es una absoluta necesidad”. Una bióloga molecular, María A. Blasco, y una periodista especializada en ciencia, Mónica G. Salomone, ambas españolas, relatan en su libro 'Morir joven a los 140' los intríngulis del envejecimiento. Los investigadores ya saben por qué envejecen las células. Ahora están trabajando afanosamente para encontrar la llave del antienvejecimiento. Cuando la encuentren, entonces no habrá necesidad de fundar el partido que propuso mi colega Esther Vilar.
Fernando Sánchez Torres