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El beato José Gregorio Hernández

Ojalá se termine la vulgar explotación de la memoria y el nombre de quien fuera un destacado médico.

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Divulgaron las noticias de prensa que el papa Francisco le impartió la bendición a la beatificación del médico venezolano José Gregorio Hernández, fallecido trágicamente hace 100 años, pero que, al parecer, aún sigue ejerciendo la profesión con buen éxito. Según afirma el Vaticano, en el 2017 llevó a cabo una cura milagrosa, otra más de las registradas en su currículum virtual. Al beatificarlo se lo coloca en la antesala del santoral y se le refrenda licencia para ejercer la telemedicina, es decir, a distancia, en este caso desde el más allá.
Mi colega José Gregorio se caracterizó en vida por sus costumbres austeras y por su generosidad y eficiencia en el ejercicio de la profesión. Su clientela era humilde y numerosa. Era un médico carismático, muy querido por sus pacientes. Falleció en 1919 en Caracas, atropellado por un vehículo automotor. Con su muerte, el imaginario popular hizo de su vida una leyenda y le fue dando el estatus de santo, adjudicándole a su espíritu poderes milagrosos.
Cumplido su ciclo vital en este mundo, parece que hubiera viajado al otro, al desconocido, a adelantar una especialización o curso ‘post mortem’ y regresar luego etéreo, intangible, para dedicarse al ejercicio de una medicina fantasmagórica. A tal punto llega su fama que sus corifeos han venido pregonando que al solo conjuro de su nombre los enfermos se curan. Así ocurrió en el caso que llevó a su beatificación: una niña venezolana de 14 años, discapacitada, que se recuperó gracias a la fervorosa invocación del alma del doctor Hernández por parte de la madre de la menor. Pero su poder sanador va más allá: hay quienes afirman que ha practicado intervenciones de alta cirugía en el mismo domicilio del paciente, sin anestesia alguna y sin que quede huella de su mágico escalpelo.
Entre nosotros la fama del beato José Gregorio ha calado hondo, como que tiene una fervorosa clientela reclutada por quienes dicen ser ‘médiums’ suyos. Es de presumir que su beatificación irá a acrecentar el número de pacientes. En un gran aviso mural colocado en la avenida 80, a la salida de Bogotá, se lee: “Doctor José Gregorio Hernández, médico del cuerpo y del alma. Consulta 8.000 pesos”.
Sin duda, lo que he relatado es un asunto que linda con la ilegalidad. De esa manera lo registré en una de mis columnas anteriores. Entonces escribí: “Como los hechos relatados son de conocimiento general, y ante la sospecha bien fundada de que estamos frente a una flagrante contravención de lo dispuesto en la Ley 14 de 1962 –sustituida más tarde por la Ley 1164 de 2007, de igual alcance–, por la cual se dictan normas relativas al ejercicio de la Medicina y Cirugía, en mi condición y derecho de ciudadano colombiano, demando de las autoridades encargadas de velar por el bien público que se adelante una investigación en torno de las actuaciones del médico extranjero José Gregorio Hernández, con el fin de establecer si existe ejercicio ilegal de la profesión y si las curaciones que de él se pregonan como ciertas son reales. En caso de que el doctor Hernández no pueda comparecer para rendir declaración, deberán hacerlo quienes dicen ser sus intermediarios o representantes legales, fácilmente identificables, pues son sujetos vivos, y más que esto, vividores...
No solo aspiro a que se desbarate la inicua farsa que con fines mercantilistas se ha montado en perjuicio de miles de enfermos ingenuos, sino que también se termine la vulgar explotación de la memoria y el nombre de quien fuera un destacado médico venezolano, por cuyo cerebro jamás pasó la idea de tratar enfermedades por medio de las llamadas ciencias ocultas”.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES

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