Pocas veces reúne la capital tanta buena energía como en la Media Maratón de Bogotá. Miles de corredores desfilan por algunas de sus vías principales dejándose contagiar de la buena vibra de un público de todas las edades y de todas las condiciones que saca silla a la calle, que se adueña de un pedazo de andén, que se asoma a las ventanas, que arma palco en los balcones...
Es una suma realmente hermosa: por un lado, los corredores que lo entregan todo, sin importar si vienen de Kenia a desafiar la altura, de una provincia lejana de esta Colombia multirracial o de alguno de los barrios de la propia ciudad, que se convierte en escenario de retos, de ilusiones, de esfuerzos, de logros y de celebraciones.
Por el otro lado, una ciudad que, a lo largo de los veintiún kilómetros del recorrido, se vuelca en torno a una competencia que, más que competencia, es una fiesta deportiva, una disculpa para atraer las miradas sobre Bogotá. Mientras los atletas se toman las calles, los capitalinos se toman los andenes con el orgullo de saber que están siendo partícipes de un festejo al que están invitados.
Así son los grandes eventos deportivos: mucho más que deporte y competencia. Hay una comunión y una transferencia de buena energía entre deportistas y espectadores. Y en el caso de una maratón, la mayoría de los atletas compiten consigo mismos y quieren que a los miles de corredores inscritos les vaya bien. ¡A todos!
En la media maratón del pasado domingo, a la que volví después de varios años de ausencia, vi escenas conmovedoras: atletas lazarillos que conducían a corredores ciegos entre la masa de deportistas, señoras que les regalaban bocadillos a los competidores en el tramo final de la carrera, hijos de padres mayores que los esperaban en un punto determinado y corrían a su lado varios metros llenándolos de aliento, ancianas que en el tercer kilómetro animaban a los corredores anunciándoles que les faltaba poco...
Además de sellar unos meses de entrenamiento y hacer realidad una ilusión deportiva, algo que me fascina de la media maratón es que constituye una oportunidad para ver a Bogotá con otros ojos, para redescubrir muchos de sus encantos arquitectónicos, para rendirse ante sus cerros, para contemplar algunos de los escenarios de la historia reciente del país... una ocasión, en fin, para gozarse esta ciudad como pocas veces.
FERNANDO QUIROZ