Lo veía por primera vez, pero sentía que mil veces lo había tenido en frente. Sobre un fondo rojo que había palidecido con los años, enormes letras blancas anunciaban el nombre de aquel almacén de herramientas para el trabajo en el campo: El Progreso.
La memoria, que viaja a veces más rápido que la luz, me ofreció sin demora un desordenado panorama de pueblos anónimos, en la Costa y en el interior, fríos como este en el que ahora me encontraba y tan calientes como aquellos que inspiraron a García Márquez. Y vi, en unos y en otros, sobre tablones impecables y también sobre latones oxidados, el mismo nombre que acababa de llamar mi atención.
Y pensé en aquellos emprendedores que un día echaron mano de los ahorros y tomaron impulso para abrir una tienda de abarrotes, una ferretería que fue creciendo en estantes o uno de esos almacenes en los que consiguen los lugareños un talonario de recibos, unas medias veladas o un tablero de ajedrez. Los imaginé pescando en el río revuelto de la imaginación, con la ilusión de elegir un nombre que llamara la atención y, ojalá, marcara un destino.
Los vi sonreír cuando el ingenio les puso en frente una baraja con nombres como El progreso o El porvenir. Y pensé que los he visto escritos muchas veces, y muchas veces he cruzado las puertas que se abren bajo esos letreros, en alguna correría, en algún paseo, quizás en busca de un lazo o de un candado, de una caja de colores o de un costal de lona.
Y mirando hacia el pasado, mirando hacia dentro, al lado de El Progreso y de El Porvenir vi decenas de letreros que se repiten en pueblos grandes y en pueblos chicos de esta Colombia, porque no hay duda de que forman parte de su imaginario. Y de su idiosincrasia. Vi montallantas que se llaman El Desvare y vi tiendas de tamaños diversos a donde llegan algunos en bicicleta y otros a caballo, en las que un cartel patrocinado por una espumosa cerveza anuncia El Alto o El Cruce. Y vi esos locales en cuyas estanterías casi todo cabe, identificados con el genérico de misceláneas, que bien pueden llamarse El Punto o Almacén Central.
Dejé atrás las calles de aquel pueblo, y encontré muy pronto un aviso en la carretera: Buenavista. Y la memoria se volvió a alborotar, porque tampoco han sido pocos los paisajes que han promovido este nombre de vereda a lo largo de nuestra geografía.
Fernando Quiroz