Malcolm Deas publicó su trabajo clásico sobre el caciquismo colombiano en 1973. Aquello fue diez años después de ingresar al prestigioso college de Oxford All Souls, de registrarse como estudiante doctoral en la universidad, y de visitar por primera vez el país.
Había escrito antes sobre Colombia y América Latina. Pero Notas sobre el caciquismo fue quizá su primer ensayo riguroso sobre historia colombiana. Siguieron otros: sobre haciendas cafeteras en Cundinamarca y la guerra civil de 1885. Sin embargo, su producción académica despegó en firme en la siguiente década, tras la publicación en 1980 de su capítulo sobre problemas fiscales del siglo diecinueve.
Basta mirar su bibliografía, con más de 130 títulos, para comprobar cuán prolífica fue su obra. ¿Cómo explicar que tardase relativamente tanto en despegar?
No se puede escribir sobre lo que no se conoce. Sería una sencilla respuesta. Deas no había estudiado a Latinoamérica en sus años de pregrado. Al ingresar a All Souls se dedicó a leer sobre historia agraria mexicana. Pero se ganó una beca para viajar a Colombia, donde llegó en 1963. La beca le exigía “sumergirse” en la cultura del país.
Leer para aprender, enseñar y escribir. Fueron años acumulados de sabiduría que Malcolm Deas compartió generosamente con sus estudiantes y amigos, y con quienes se le acercaban.
Así lo hizo durante los siguientes dos años, cuando fue lector regular en la Luis Ángel Arango, la Biblioteca Nacional y la Academia de Historia; hurgó archivos; exploró el territorio nacional (casi siempre en bus); se integró al mundo universitario (en los Andes le dieron oficina; asistió a la inauguración de la Facultad de Sociología en la Nacional); formó amistades entrañables y duraderas.
Y leyó: historia, la tradicional y la nueva; antropología; sociología y política; literatura costumbrista del siglo XIX; novelas y poesía; panfletos y periódicos; informes de ministros de Fomento y Hacienda; memorias de guerras civiles; textos sobre las provincias...
Había, pues, que leer, estudiar y aprender, antes de publicar. La lección es clara y hasta obvia. Existe, sin embargo, una explicación adicional para la relativa lentitud con que despegó su obra que encuentro oportuna para destacar hoy su inmenso legado como educador.
Al regresar a Oxford después de su primera visita a Colombia, Deas encontró su tiempo limitado para investigar. Siguió leyendo. Pero ahora lo hacía como supervisor del creciente número de alumnos que comenzaron a estudiar con él, en su nuevo cargo desde 1966, como profesor del Centro de Estudios Latinoamericanos en St. Antony’s College. Se vio forzado a leer más, extendiendo sus conocimientos a otras fronteras.
Su primer alumno en terminar doctorado fue tal vez Roger Brew, en 1973, con tesis sobre Antioquia. Antes de finalizar la década, otros nueve obtuvieron doctorados –sobre Colombia, México, Argentina y Bolivia–. Seguirían muchos más, y también estudiosos de Venezuela, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Chile y Brasil. Al final de su vida, había supervisado alrededor de 60 tesis doctorales, en historia y otras disciplinas, y a cientos de estudiantes de maestría sobre muy diversos temas.
Su papel como supervisor, me dijo algún día, era evitar que sus alumnos “sufrieran” lo que él había sufrido: sus estudios sobre Latinoamérica los había hecho sin tutor. Eso tuvo sus ventajas: se “salvó” de ser indoctrinado. Y él nunca indoctrinó a sus estudiantes. Si estos le hacían preguntas, solía responderles con listados de libros para leer, que con frecuencia prestaba de su propia biblioteca.
Leer para aprender, enseñar y escribir. Fueron años acumulados de sabiduría que Malcolm Deas compartió generosamente con sus estudiantes y amigos, y con quienes se le acercaban. Y con los lectores de su prolífica producción intelectual.
EDUARDO POSADA CARBÓ