Saint-Paul de Vence es un pueblo medieval lleno de encantos en la Riviera sa, a pocos kilómetros del Mediterráneo que asoma desde sus colinas.
Muy cerca fuera de sus murallas se encuentra la Fundación Maeght, sede de la extraordinaria colección de arte moderno establecida por Marguerite y Aimé Maeght, inaugurada oficialmente en 1964.
Es una fantasía hecha realidad.
Alrededor de la galería del mismo nombre que habían abierto dos décadas atrás, y de sus aventuras editoriales con la revista Derrière le Miroir, los Maeght congregaron un impresionante grupo de escritores y artistas cuyas obras son hoy el corazón de un proyecto maravilloso.
La exhibición de la temporada está dedicada a un artista quizás de menor fama mundial, el canadiense Jean-Paul Riopelle –su obra sorprende–. Otros nombres son más familiares: Giacometti, Kandinsky, Bonnard, Braque... Joan Miró diseñó especialmente para la Fundación un “laberinto” en sus jardines interiores, ocupado por sus monumentales esculturas.
Si hay mucha ‘alegría de vivir’ en su pintura de la Fundación Maeght, su autobiografía es un manifiesto de su búsqueda, a partir de su declarado ‘amor clamoroso’ por la ‘humanidad’.
“Un himno a la vida”: así se presenta la Fundación en una de sus publicaciones oficiales. La obra que más se identifica con este mensaje es La vie, de Marc Chagall (1887-1985), el óleo inmenso que domina uno de sus salones, comisionado especialmente por los Maeght. Especialistas del arte sabrán valorar mejor su significado. Para mí, Chagall es sencillamente cautivante.
La vida de Chagall es una representación de las más distintas facetas del ciclo de la existencia humana, desde el nacimiento hasta más allá de la muerte. Está marcada por el componente religioso de su obra, inspirada en sus orígenes judíos y su vida en el pueblo ruso donde nació, Vitebsk. Pero también inundada de motivos profanos. Parecería el retrato de una fiesta de carnaval.
La vie refleja episodios importantes en la vida misma de Chagall.
La lectura de su temprana autobiografía, My Life, que terminó de escribir en 1922, es a ratos como ver sus cuadros en prosa. Sus tías podrían volar; mientras su tío tocaba el violín, su abuelo “escuchaba y soñaba”, como soñaba Chagall con ser poeta, bailarín, artista –muy joven, se tropezaba con personas que “parecían saltar de mis pinturas o huir de un circo”–. Algún día, soñaba en aquellos años de juventud, “pintaré cuadros que pueden sorprender a todo el mundo”.
Si hay mucha “alegría de vivir” en su pintura de la Fundación Maeght, su autobiografía es un manifiesto de su búsqueda, a partir de su declarado “amor clamoroso” por la “humanidad”. El amor por su familia, la rama de parientes presente en su obra. El amor por Bella, su esposa, expreso en el fantástico cuadro para su cumpleaños (1914), donde sus caras se juntan mientras vuelan como si fuesen ángeles sin alas.
Fue, sin embargo, una vida llena de dificultades, desde la misma incomprensión familiar por sus sueños de ser artista hasta las más duras causadas por las persecuciones antisemitas, que lo forzaron al exilio. ‘Chagall: World in Turmoil’ fue el nombre de una exhibición en Fráncfort de su producción en las décadas de 1930 y 1940, para mostrar cómo su obra, si bien llena de fantasía, estuvo muy anclada en la realidad.
Desde 1966, Chagall vivió en Saint-Paul de Vence, donde murió. La vie en la Fundación Maeght resume su mensaje universal del porvenir, a pesar de las adversidades. El mensaje de toda su obra. Como lo expresaron Sebastian Baen y Tone Hansen, al presentar aquella exhibición en Fráncfort, Chagall “creó señales multifacéticas de esperanza”: “Los aspectos oníricos de sus pinturas, las poéticas distorsiones de la realidad, e incluso la representación del dolor pueden fortalecer los esfuerzos por la paz... en la actualidad”.
EDUARDO POSADA CARBÓ