Señales de alivio. Los vaticinios de una avanzada autoritaria global parecerían desacertados frente a una serie de hechos recientes. ‘El año en que la democracia se defendió’ fue el título de la columna de Janan Ganesh, quien invita a reconocer con mayor bombo los últimos avances democráticos en el mundo (Financial Times, 14/11/2022).
Entre ellos, Ganesh observa varias de las derrotas electorales de los populistas de derecha (en Francia, Brasil, Estados Unidos), aunque reconoce victorias de tales populistas como en Italia. Pero el desinfle autoritario puede verse con mayor claridad, según Ganesh, en sus faltas de competencia, hasta en los manejos de la guerra, así como en los desastres de la aventura trágica de Putin en Ucrania.
El anuncio de Trump sobre sus planes reelectorales no sorprendió a nadie. Pero añaden nuevos elementos al panorama examinado por Ganesh. Las primeras reacciones parecen mezcladas, como lo registra Susan B. Glasser en The New Yorker (‘The end of Trump?’, 16/11/2022).
Tras los resultados de las elecciones estadounidenses la semana pasada, muchos creen que las ambiciones de Trump de regresar a la Casa Blanca se han quedado sin piso. En el momento de anunciar su precandidatura, solo lo acompañaba personalmente un congresista. Rupert Murdoch y sus poderosos medios de comunicación, incluido Fox News, le han dado las espaldas. Sus contendores dentro del Partido Republicano sienten que les llegó su hora.
Sin embargo, la fragmentación republicana puede jugar en favor de Trump. Eso es lo que sostiene Glasser. Fue así, nos recuerda, en medio de un partido dividido, como Trump logró llegar al poder en 2016. Glasser dirige sus dardos contra el Partido Republicano –nada asegura que sus operadores no vuelvan a apoyar a Trump, como lo hicieran en el pasado–.
La presencia activa de Trump en el tablero electoral es ciertamente preocupante para el porvenir democrático: tan solo hay que volver a recordar el asalto de sus seguidores al Capitolio en enero de 2021 y su persistente negativa a aceptar la victoria de Biden.
Más allá de las fronteras estadounidenses, hay también otras razones para contener excesos de entusiasmo.
Considérese el caso de Brasil. Que les hayan cerrado las puertas a las pretensiones reelectorales de Bolsonaro es una buena noticia para la democracia liberal. Pero Bolsonaro no ha reconocido aún explícitamente la victoria de Lula. Expresiones de la “extrema derecha”, informa El País, piden “golpe militar”. No creo que ello vaya a ocurrir –El País también registra que las tareas del empalme avanzan con normalidad–. No obstante, la incertidumbre se prolongará hasta el cambio de mando en enero. Y que cerca de la mitad del electorado se identificara con Bolsonaro invita a la reflexión.
Más allá de las fronteras estadounidenses, hay también otras razones para contener excesos de entusiasmo.
Ganesh tiene razón en advertir sobre la necesidad de prestar más atención a los avances democráticos, sobre todo para combatir esa especie de fatalismo que comenzó a predecir un futuro dominado por un “club de autócratas”. Sin embargo, no es claro que tales avances sean indicativos de una trayectoria consolidada, mucho menos de una trayectoria global.
Menos claro aún es que esos avances hayan sido el resultado de un propósito explícito que nos permita decir que este fue un año en el que la “democracia se defendió”. Como proyecto político e intelectual, a niveles internacionales, la democracia liberal se ha ido quedando sin fuertes defensores, casi que a la deriva.
El llamado “mundo occidental” ha perdido liderazgo y autoridad para motivar la tarea requerida para reinventar la democracia frente a los nuevos desafíos. Y poder frenar así las avanzadas autoritarias.
EDUARDO POSADA CARBÓ